“Yendo Jesús de camino a Jerusalén” le salieron al encuentro diez leprosos. Como estos enfermos, en aquella época, tenían prohibido acercarse a ninguna ciudad ni persona, se pararon a lo lejos y gritaron: “Ten piedad de nosotros”.

Jesús, en efecto, se compadeció de ellos y les mandó presentarse al sacerdote para que certificase su curación. Ellos, que todavía no habían sido curados, tuvieron fe y emprendieron el camino; y durante el trayecto quedaron curados.

Pero la historia no acaba aquí. Uno de ellos, viendo lo que había pasado, “volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias”. Este era un samaritano, que estaban enemistados con los judíos. Entonces Jesús echó en falta a los otros nueve, que no habían vuelto a alabar a Dios y a darle gracias.

De este episodio de la vida de Cristo podemos sacar, en un primer momento, una clara lección de fe. Aquellos hombres creyeron al Señor y cumplieron su indicación. Fruto de esa fe, quedaron curados por la gracia de Dios.

En nuestra vida corriente, no pocas veces nos parecerá, quizá, poco apropiada una indicación de la Iglesia; o nos resultará excesiva su exigencia en cuestiones morales; o no entenderemos algunos de los misterios del Credo… No hay que extrañarse por ello; los puntos de vista humanos son muchos y diversísimos. Lo que nos enseñan aquellos leprosos es a tener confianza en la palabra de Dios: creyeron y fueron curados. Si aprendemos a conjugar nuestra razón con la confianza en Jesucristo, nos quedaremos sorprendidos de los resultados: la razón apoyará a la fe, y la fe hará entender a la razón la profundidad de lo creído.

La segunda lección queda recogida en el final del texto. La actitud del leproso y las palabras de Jesús nos señalan la necesidad del agradecimiento. ¿Cómo andamos, vosotros y yo, de agradecimiento? Con seguridad damos las gracias muchas veces al día, pero ¿las damos de corazón, o es una simple fórmula de cortesía, que nada significa en el fondo?

La gratitud es virtud muy valiosa para la convivencia humana. Los hombres estamos constantemente trabajando para los demás. El “sector servicios”, como se suele llamar, ha crecido enormemente en los últimos siglos; lo mismo que el sector de producción. El hecho de recibir una remuneración o sueldo no quita valor al “servicio” que se presta a la persona interesada. Si aprendemos a agradecer sinceramente los servicios recibidos, veremos la vida con sentido más positivo, y ayudaremos a los demás para que la vean también así.

Y, desde el punto de vista del espíritu, una persona así también sabrá colorear de gratitud a Dios, cuanto le suceda en la vida. Lo que hará ésta mucho más llevadera.