Después de la parábola del señor de la viña, que da un denario a cada uno de los siervos a los que llamó a lo largo del día. Mateo recoge otras palabras y episodios: Jesús habla a los suyos de su pasión, responde a la madre de Santiago y Juan acerca de los lugares de honor a su lado en el reino, explica a sus discípulos que deben servir y no ambicionar el poder. En Jericó cura a dos ciegos; luego entra en Jerusalén sobre una cría de asno, y recibe el hosanna de la multitud. Va al templo y echa a los vendedores y cambistas de monedas.

Los jefes de los sacerdotes y los escribas se indignan de que los niños lo aclamen diciendo: “Hosanna al Hijo de David”. Pasa la noche en Betania y a la mañana siguiente, al regresar a Jerusalén, tiene hambre y maldice la higuera en la que no encuentra frutos, y ésta se seca al instante. Luego, entra en el templo y se pone a enseñar. Se acercan los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo y le preguntan con qué autoridad hace esas cosas. Jesús les responde preguntándoles si el bautismo de Juan venía del cielo o de los hombres. Ellos eligen no responder, y él tampoco les contesta.

Aquí, Mateo introduce tres parábolas con las que Jesús trata de hacer ver a los jefes de los sacerdotes y fariseos la magnitud de su rechazo del Cristo. La primera es la del padre que pide a los dos hijos que vayan a trabajar a su viña. El primero dice que no tiene ganas, pero luego va; el segundo dice que sí, pero después no va. Y pregunta: ¿quién ha cumplido la voluntad del Padre? Responden: el primero.

Las parábolas pueden ayudar también a quien está lejos de Cristo a dar una respuesta verdadera, que lo puede acercar a él. Jesús nos ayuda a quitar importancia a los formalismos. Da valor a la espontaneidad. No se escandaliza de la autenticidad libre y del rechazo. Esto nos anima; en los momentos de falta de ganas, de apatía, de falta de entusiasmo, todavía estamos a tiempo de cumplir con la voluntad del Padre. Dios no rechaza el comportamiento no totalmente perfecto en los modos y los tiempos, pero que va al grano.

Quizá los fariseos y los doctores de la ley entienden que está hablando de ellos. Los publicanos y las prostitutas inicialmente con su vida han dicho: no tengo ganas de ir a la viña; pero luego, al saberse pecadores, han creído a Juan y su bautismo de penitencia, se han arrepentido y han cambiado de vida. Precederán en el reino de los cielos a los fariseos que dicen sí, totalmente precisos en su manía de no equivocarse y de ser vistos como irreprensibles según la ley de Moisés, incapaces de convertirse ante las palabras de Juan; y que luego, a la hora de los hechos, no cumplen la voluntad del Padre.