En la memoria litúrgica conjunta de los santos Marta, María y Lázaro, celebramos no solo a tres personas cercanas a Jesús, sino a una familia marcada por la amistad con el Señor, la fe, el servicio y la experiencia pascual. Cada uno de ellos refleja una dimensión esencial de la vida cristiana.

Marta, el rostro del servicio fiel. Cuando Jesús llega a Betania, Marta se mueve con diligencia, organiza, prepara, sirve. A veces se la ha entendido sólo como la “activista”, pero Jesús no desprecia su trabajo: lo corrige amorosamente para purificarlo. “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria” (Lc 10, 41-42). Representa a quienes aman sirviendo, a quienes encuentran a Dios en lo cotidiano, en las tareas sencillas hechas con amor.

María, la que escucha y contempla. A los pies de Jesús, María no se distrae. Escucha. Contempla. Ama. Su gesto de sentarse en silencio, de derramar perfume sobre los pies del Maestro (Jn 12, 3) es signo de adoración, de profundidad interior. Representa a los que escogen la mejor parte, los que buscan al Señor en la oración, en la escucha, en la contemplación.

Lázaro, el signo de la vida nueva. No habla en los Evangelios, pero su vida habla. Su enfermedad, su muerte y resurrección prefiguran el Misterio Pascual. “Sal fuera”, dice Jesús (Jn 11, 43). Y Lázaro sale del sepulcro, aún con las vendas, signo de que la voz de Cristo llama a la vida, incluso en medio de la muerte. Representa a quienes han experimentado la misericordia de Dios que los ha sacado de sus sepulcros personales. Es el rostro de la esperanza cristiana.

Una casa amiga de Jesús. Marta, María y Lázaro formaban un hogar acogedor para el Señor. En Betania Jesús descansaba, compartía, era amado. Esa casa puede ser imagen de nuestra Parroquia de San Antonio, de nuestras familias, de nuestros corazones.