El Seminario interdiocesano de Santiago de Compostela, Tui-Vigo y Mondoñedo-Ferrol ha comenzado un nuevo curso con 22 seminaristas.  En medio de una sociedad donde tantas voces distraen y dispersan, han escuchado la llamada de Cristo y han tenido la valentía de responder. Ellos son un signo de esperanza para nuestras diócesis y para toda la Iglesia.

Ahora bien, el Seminario no es solo “asunto de seminaristas”. Es también tarea de todos nosotros. Porque la vocación no nace en un laboratorio ni se impone desde fuera: germina en el terreno de una comunidad viva, en una parroquia que reza, en una familia que educa en la fe, en un ambiente donde la fe se celebra y se transmite con alegría.

Jesús mismo nos lo dijo: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mt 9,37-38). La Iglesia necesita rodillas dobladas y corazones encendidos que supliquen al Señor nuevos sacerdotes. Cada vez que una abuela ofrece su Rosario por los seminaristas, cada vez que una familia recuerda en sus oraciones a los sacerdotes, cada vez que una parroquia pide en la Eucaristía por las vocaciones… el Señor está obrando silenciosamente, llamando, despertando, animando.

Tenemos que cuidar y sostener a nuestros sacerdotes. Ellos son hombres frágiles como todos, pero llamados a ser pastores según el Corazón de Cristo. Si pedimos por su santidad, la Iglesia será más fecunda, las comunidades más vivas y los jóvenes más valientes para seguir al Señor. Un sacerdote santo es fruto de la gracia de Dios y de la oración de su pueblo.

Miremos al futuro con esperanza. Aunque vivamos tiempos de secularización y de indiferencia religiosa, sabemos que el Señor no abandona a su Iglesia. Él sigue llamando y seguirá llamando. Que cada parroquia sea un semillero vocacional, que cada familia sea un hogar donde se escuche la voz de Dios, que cada comunidad rece con insistencia por quienes el Señor está llamando. Y que María, Madre de los sacerdotes, interceda por nuestros seminaristas, sostenga a nuestros presbíteros y anime a muchos jóvenes a decir un generoso “sí” a la llamada de Jesús.