Hace tiempo me contaron la historia de Peter, un niño de doce años que vivía en Cody (Wyoming). Durante el verano solía ir con su hermana Sandra, que era dos años menor que él, a visitar a sus abuelos en la granja que tenían a las afueras de Canyon Village, muy cerca del famoso parque de Yellowstone.

Ese verano, como Peter había sido responsable y buen estudiante, su abuelo le ayudó a fabricar un arco. Cuando lo tuvo en sus manos, descubrió una fuente inagotable de distracción y entretenimiento.

Por las mañanitas se solía ir a un pequeño bosque que había detrás de la casa para practicar la puntería. Nunca había disparado con un arco, por lo que su puntería era muy mala, aunque tenía la esperanza de que con el tiempo se transformaría en el Robin Hood de Wyoming.

Una mañana que había estado practicando hasta alrededor del mediodía y volvía a la granja para comer, vio a la puerta de la casa a Ducky, un pato blanco que era la mascota de la abuela. De pronto se imaginó vestido de cazador, y antes de que se diera cuenta estaba tensando el arco para efectuar un certero disparo. Apuntó y disparó, con tan mala suerte de que le dio al pato en la cabeza y lo mató.

Temiéndose una gran reprimenda de los abuelos, escondió el cadáver del pato en el bosque. Cuando lo estaba enterrando, Sandra lo vio. Sorprendido, y, con miedo de que dijera algo a los abuelos, le hizo prometer que guardaría silencio.

Peter estuvo toda la comida inquieto y preocupado pensando en la respuesta que le podía dar a la abuela si le preguntaba por el pato. Acabada la comida, la abuela le dijo a Sandra:

  • ¡Ayúdame a lavar los platos!

Pero Sandra, mirando a Peter con ojos inquisidores, le dijo a su abuela:

  • Peter me ha dicho que él quería ayudarte hoy en la cocina. ¿No es cierto, Peter?

Peter se sintió atrapado por el comentario de su hermana; y, ante el miedo de que lo delatara, no le quedó más remedio que ayudar a la abuela.

Días después, el abuelo preguntó a los niños si querían ir de pesca al lago. A lo que la abuela salió al paso y dijo:

  • Sandra no puede ir porque tiene que ayudarme en el jardín.

Entonces Sandra saltó como un muelle y dijo:

  • Yo sí puedo ir con el abuelo, pues Peter me ha dicho que le gustaría ayudar a la abuela en el jardín. ¿Verdad, Peter?

El pobre Peter, después de la tragedia del pato, era continuamente chantajeado por su hermana. Los días de vacaciones seguían pasando y Sandra no perdía la oportunidad para aprovecharse de la situación en su favor.

Con el paso de las semanas, Peter se sentía cada vez peor. La presión de su hermana y su propio remordimiento le mantenían triste y abatido. Llegó un momento en el que decidió contarle a su abuela todo lo que había ocurrido.

Una mañanita, antes de que Sandra maquinara una nueva acción con la que chantajear a su hermano, Peter decidió abrir su corazón y contarle todo a la abuela.

–        Abueli, – dándole un sonoro beso en la mejilla -, ¿te acuerdas de tu pato blanco? Resulta que un día venía de hacer prácticas con el arco que me hizo el abuelo cuando le disparé con tan mala suerte que le di en la cabeza y se murió.

En esto que la abuela, profundamente conmovida, se dirigió hacia su nieto y lo abrazó cariñosamente mientras que le decía:

–        Peter, ya lo sabía. Estaba en la ventana de la cocina cuando todo ocurrió, pero, como me di cuenta de que lo habías hecho sin intención, te perdoné en ese mismo instante. Lo que sí me preguntaba era hasta cuándo ibas a permitir que tu hermana Sandra te tuviera como su esclavo.

………………..

¡En cuántas ocasiones nos hacemos también esclavos de Satanás como consecuencia de nuestros pecados! Él, entonces, se aprovecha de esa circunstancia para sobornarnos, chantajearnos, quitarnos la felicidad y la paz interior. Dios lo ha visto todo desde su cocina, lo único que espera es que tengamos la humildad de acercarnos a Él arrepentidos y confesar nuestro pecado. Como en el caso de Peter, la abuela, que lo había visto todo, ya le había perdonado; sólo faltaba una cosa: reconocerlo.