SENTIDO DE LA CELEBRACIÓN 

Los textos bíblicos y eucológicos de la solemnidad de Todos los Santos describen con precisión el contenido de esta celebración: “celebrar, en una única festividad, los méritos de todos los santos de Cristo”. Ahora bien, ya que celebrar los méritos de los santos es lo mismo que celebrar los dones de Dios (San Agustín), esta solemnidad es ciertamente la celebración del fruto mejor del misterio pascual de Cristo.

LOS TEXTOS BÍBLICOS 

La primera lectura es la que ofrece una descripción más aproximada del contenido básico de la solemnidad. Dos visiones complementarias la componen: la visión de los “marcados” y la visión de la muchedumbre de “los que vienen de la gran tribulación”. En los dos casos se destaca la iniciativa de Dios: Él es quien marca sus siervos, para preservarlos. Él, por el misterio pascual de Jesucristo -“en la sangre del Cordero”-, es quien ha hecho posible la existencia de esta muchedumbre sacerdotal -“con vestiduras blancas” – que canta el cántico nuevo.

El salmo responsorial es a la vez el eco de la pregunta final de la primera lectura -“¿quiénes son y de dónde han venido?”- y de las bienaventuranzas que Jesús proclama en la perícopa evangélica. Si la primera lectura miraba sobre todo el término de la vida cristiana, estos dos textos miran especialmente el camino de la misma. Las bienaventuranzas, por otra parte, enlazan bien como exégesis de la “gran tribulación” por la que han pasado los de “vestiduras blancas” (1. lectura).

La lectura de la primera carta de S.Juan aporta una reflexión en profundidad sobre la santidad cristiana: somos hijos en el Hijo, como fruto del amor del Padre. Este es el elemento permanente entre el camino y término, vivido en la fe y en la visión sucesivamente.

Es un texto que nos lleva a pensar en el de Pablo a los Col/03/01-04 “…vuestra vida está con Cristo escondida en Dios…”, y así queda iluminado más explícitamente por la Pascua de Cristo.

ACTUALIZACIÓN 

Una vertiente de la predicación de hoy podría destacar el carácter pascual de la fiesta. El “cielo”, en definitiva, es el encuentro con Cristo resucitado. “Cielo quiere decir participación en esta forma existencial de Cristo -estar sentado a la derecha del Padre- y, en consecuencia, plenitud de lo que comienza con el bautismo” (Ratzinger, Escatología, Herder 1980, p. 219s). Y puesto que el encuentro con Cristo resucitado es encuentro con todos los que están en El, el “cielo” es también la gran realidad de la comunión de los santos en toda la plenitud.

Estas dos referencias -a Cristo y a la Iglesia- ayudan a comprender las afirmaciones de la 2. lectura. En efecto: el bautismo y la confirmación nos han situado ya en comunión con el Cristo resucitado, dentro de la comunión de los santos; ya hemos sido “marcados”. El resto de la vida es “tribulación”, búsqueda del rostro del Señor, esperanza, pobreza y persecución… Todo esto, sin embargo, vivido en Cristo y en la Iglesia, como forja de la plena realización gloriosa.

Esta consideración debería derivar en una exhortación a vivir la realidad de santidad que nos corresponde como cristianos, alimentando constantemente la comunión con Cristo y la comunión eclesial. Será preciso también destacar que nuestra condición presente no es la misma que la de los santos, y que, en consecuencia, no podemos decir sin más que estamos “en el cielo”.

Otra vertiente de la predicación podría ser valorar la intercesión de los santos. Los textos eucológicos la destacan, y es un punto poco frecuente en la catequesis.

La referencia eucarística de esta solemnidad es exactamente la que indica la postcomunión: que “pasemos de esta mesa de la Iglesia peregrina al banquete del reino de los cielos”.

El hecho que, quizá se haya abusado popularmente, de un cierto tipo de intercesión de los santos, hasta extremos dignos de caricatura, no nos tiene que hacer olvidar que en estos “hijos de la Iglesia encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad” (Prefacio). La originalidad de cada cristiano, el camino exclusivamente propio de su fidelidad al Evangelio, la peculiaridad de las tribulaciones de cada uno, hace que “los santos” no sean algo nebuloso y abstracto, sino historias muy concretas que -aunque muchas nos sean desconocidas- nos los hacen más próximos y semejantes en esta comunión que nos une como hijos de Dios. Son sus propias experiencias de camino las que nos animan a orar con ellos al Señor.