La fiesta de hoy –Jesucristo Rey- es de alegría porque el mismo Jesús, que fue insultado, maltratado y muerto, es finalmente reconocido como Rey de todo el universo. Sucederá plenamente al final de los tiempos, pero ya ahora es una realidad en las almas de muchos millones de cristianos.

Siempre ha sido así, desde el mismo momento de su muerte. A ambos lados de Jesús crucificaron también a dos ladrones y, curiosamente, uno y otro reaccionaron de manera muy distinta. Uno le aceptó como Rey: “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino”, y el otro, por el contrario, se burlaba haciendo eco a las autoridades judías allí presentes.

Han pasado veinte siglos y los hombres siguen dividiéndose, con respecto a Cristo, como aquellos dos ladrones: unos le aceptan como Rey y otros no. ¿Por qué? Porque no entienden que el reinado de Cristo es un reinado de caridad y de paz. Piensan en los esquemas humanos de un rey, con su poder y sus caprichos, pretendiendo que todos le sirvan.

Pero Jesucristo no vino a ser servido, sino a servir; lo dijo con toda claridad y lo demostró con hechos. Su reino es algo muy diferente de esos modelos humanos. De entrada, es un reinado interior; Dios desea reinar en los corazones de sus fieles y, desde ahí, extender su paz y su misericordia a todos los pueblos y a todos los hombres.

La paz de Dios llega al corazón humano de la mano de un “combate espiritual”, que provoca sofocar los movimientos de ira, envidia, orgullo, etc.; para sustituirlos por la comprensión, el perdón, el amor y la humildad. No parece fácil conseguirlo, conociendo la orquesta de intereses egoístas que reina en el mundo; pero tenemos la ventaja de que nuestro Rey ya lo ha conseguido.

Desde el momento de su Muerte y Resurrección, el reinado de Cristo en este mundo es una realidad. No se manifiesta con plenitud, porque Dios respeta la libertad humana y quiere que sus súbditos lo sean por amor, no por miedo o coacción; que seamos como el buen ladrón, que reconoció su culpa y oró a Dios, y Dios le salvó.

A través de los siglos, el reinado de Cristo pasa –como un rayo de luz- iluminando a los hombres que se dejan alumbrar por él. Sus huellas en la historia son indudables; así como la colección de hombres y mujeres santos que han iluminado la vida sencilla de los fieles, con su fidelidad a Dios.

A través de éstos y de la presencia de la Iglesia, con su palabra y sus sacramentos, Jesucristo interviene en la historia de cada siglo; reina en el espacio y en el tiempo, sin necesidad de armas ni ademanes belicosos. Pidámosle que reine en nuestros corazones y en nuestra vida, y habremos facilitado un paso más el reinado de Cristo en la tierra.