Jesús compara su venida con los días de Noé en el diluvio: un desastre ambiental que golpea toda la tierra. Y más adelante usa la imagen del ladrón que en la noche quiere saquear la casa: una desgracia familiar. Jesús emplea tonos y acontecimientos duros de la vida. ¿Para qué?

A todos nos golpean las noticias de desgracias imprevistas: inundaciones, accidentes. Nos identificamos con las víctimas, que son como nosotros. Jesús no dice que los contemporáneos de Noé estuvieran actuando mal, sino que estaban haciendo cosas normales, como comer y beber, tomar mujer o marido. Acciones cotidianas que corresponden a los mandatos de Dios. Puede pasarme también a mí, que como y bebo, y tomo mujer o marido. Una vida normal. Tampoco dice que actuaban mal los dos hombres que trabajaban en los campos, o aquellas dos mujeres que estaban en el molino. También ellos estaban cumpliendo el mandato original de trabajar la tierra. Uno logra salvarse, el otro no. Como ocurre en los accidentes de coche, de barco o de avión, uno se salva y el otro no.

Jesús sabe que nos lanzamos a los periódicos, a la televisión o a internet cuando ocurre una desgracia, un atentado. Lo que Él destaca es que “no se dieron cuenta”, no estaban atentos, preparados. Y Jesús no quiere que eso nos ocurra a nosotros. Nos habla fuerte para que nos despertemos. Dice: “No sabéis en qué día vendrá vuestro Señor”. En el original griego el verbo “venir” está en presente: viene. Tampoco sabéis la hora, “a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”. Habla fuerte porque nos quiere: ha venido a salvarnos y no nos quiere perder. Como respuesta, nuestra vigilancia será vigilancia de amor, como aquella de la esposa del Cantar cuando espera al esposo (Ct 5, 2).

Nos mantenemos despiertos, diciéndole como los primeros cristianos: ¡ven, Señor Jesús! Ven y no tardes. Tenemos necesidad y nostalgia de ti, una perenne sed de Amor que colme los deseos , los sueños, el corazón. Ven ahora. Necesitamos de la certeza de tu Amor que sana las heridas, llena nuestros vacíos, fortifica todos nuestros amores terrenos. Que cubre nuestros pecados y los hace desaparecer. Ven ahora. Tenemos hambre de esperanza, deseo de paz en las relaciones familiares, en los lugares de trabajo, en la sociedad, en la Iglesia y entre los pueblos. Ser nosotros constructores de paz. Tú eres “el que viene” (Mt 21, 9) y nosotros queremos ser aquellos que “esperan con amor” tu venida (2 Tim 4, 8). En la lectura de Isaías no hay desgracias, sino el esplendor que ocurrirá al final de los días: las gentes de todos los pueblos subirán a Jerusalén, deseosas de caminar en las vías del Señor, y habrá paz entre las naciones. Jesús nos sacude porque no quiere que nos perdamos esta maravilla.