Comentario al Domingo III de Adviento
Cuando Juan Bautista comienza a preparar la venida del Mesías, usa palabras fuertes: “Raza de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira que va a venir?” Y también: “Ya está el hacha puesta junto a la raíz de los árboles. Por tanto, todo árbol que no da buen fuego se corta y se arroja al fuego” (Mt 3, 7-10). Después de bautizar a Jesús, escucha al Padre: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido”. Luego es arrestado por Herodes, y en la cárcel sus discípulos le informan sobre Jesús. Pero las noticias que le dan no se corresponden con sus profecías. No escucha hablar de hachas y de fuego; oye que Jesús va a casa de los pecadores y come con ellos, los llama entre sus discípulos que no ayunan, como él ha enseñado a los suyos. Comienza a dudar: ¿me habré equivocado al interpretar las palabras que Dios me inspiraba? La duda y la incertidumbre sobre el sentido de su propia vida y del servicio a Dios embargan al que es “el más grande nacido de mujer”, uno que es “más que un profeta”, que es la voz que grita en el desierto profetizada por Isaías. Una vocación única en la historia.
Si es así, también al más pequeño en el reino de los cielos le puede ocurrir esta prueba. Juan conoce las palabras de Isaías: “Decid a los inquietos: ‘Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará’”. El Mesías está ahí fuera, va de una parte a otra, habla, cura. Pero no va a salvarlo. No se venga de Herodes que lo ha encarcelado. ¡Cuántas veces ha rezado con el Salmo 146: “El Señor libera a los cautivos… tuerce el camino de los impíos”! Pero él está en la fortaleza inexpugnable del Maqueronte y su liberación no llega. Aumenta la tentación de haberse equivocado en todo: palabras, tiempo, persona que indicó como el Mesías que viene. Sin embargo, es consciente de ser la voz que grita en el desierto.
¿Cómo salir de la duda angustiosa? Juan, con la ayuda de los suyos, va directamente a aquel del que no se siente digno de desatar el calzado. Y le pregunta sin giros de palabras: “¿Eres tú el que debe venir o debemos esperar a otro?” Jesús le responde con las profecías de la paz: los ciegos, los mudos, los cojos, los sordos, los leprosos son curados. Pero los prisioneros liberados, ¿dónde están? Dice Jesús: “a los pobres les es anunciado el evangelio”: esa es la liberación; “Bienaventurados los que no se escandalizan de mí”: eso es la liberación. Se lo comentan a Juan, que está contento de no haberse equivocado en su vocación: se empeña en purificar su interpretación de la Escritura, comienza a entender que ahora su puesto de precursor esta ahí, en la cárcel, y que debe abrir camino al Mesías con una muerte violenta. Su ejemplo ilumina nuestro camino.