En el discurso de la montaña, después de ocho bienaventuranzas dichas de modo impersonal, “bienaventurados los pobres, bienaventurados los mansos…”, llega la novena que incluye el “vosotros”: “bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.

Se refiere a los discípulos, a aquellos que son injuriados y perseguidos por su causa. Sigue Jesús con dos “vosotros” impresionantes. Tiene siempre delante a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo”. Jesús es capaz de alabar, no tiene miedo a la alabanza exagerada. Cree en ella. Pero le pone condiciones. En primer lugar, dice “vosotros”. No dice: tú eres la luz del mundo o la sal de la tierra. La primera persona en estos asuntos se refiere sólo a él: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas” (Jn 8, 12), porque sólo él es “la luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Jn 1, 9). Por tanto, nosotros somos sal y somos luz, o podemos serlo, si recibimos su luz y su sabiduría, y si permanecemos en el “vosotros”: en la iglesia, en la comunión, en la fraternidad, que suprime el orgullo del singular y redimensiona la “voluntad de poder”, que se puede esconder también detrás de las realidades más santas y espirituales, también en la Iglesia.

Ninguno en la Iglesia es el Salvador, sólo Él. Ninguno es mediador entre Dios y los hombres, sólo Él. La Virgen y los santos, y nosotros participamos por gracia divina de su obra de salvación, de su mediación. Otras condiciones que pone Jesús: la sal tiene que salar. No permanecer en el salero. Entrar en contacto con los alimentos. Deshacerse, sin formar grumos, sin ser un grupo indigesto que se cree intocable y mejor que los demás, que no quiere contaminarse. Sería la pérdida del sentido de la sal, se convertiría en insípida. Si no das el sabor que has recibido, no sirves y lo pierdes. “La fe se alimenta donándola”, enseñaba san Juan Pablo II. Pero el sabor también viene del estilo, del garbo, del modo de comunicar, que es parte del mensaje cristiano (cfr. Redemptor hominis, 12). La luz debe iluminar, no puede permanecer escondida, si no, no será ya la luz del mundo. Debe estar en lo alto. Como las lámparas que iluminan en la noche oscura. Con modos evangélicos, con los modos de las bienaventuranzas: damos luz y somos sal, si somos pobres, mansos, justos, misericordiosos, puros de corazón, operadores de paz. En una palabra: amantes porque nos sabemos amados, y amamos como Él nos ha amado.