Jesús nos ilumina con sus bienaventuranzas y nos llama “luz del mundo y sal de la tierra”. Luego, hace un discurso que podría asustarnos. Pero explicándonos que no ha venido a abolir la Ley o los Profetas, sino a darles cumplimiento, ofrece ejemplos y nos hace más fácil entender el sentido profundo de la Ley. Con otras palabras, nos dice: el mal viene del corazón (cfr. Mc 7, 21). Con palabras duras, adecuadas para sus oyentes cristianos provenientes del judaísmo (no entrará en el reino, será llevado a juicio, entregado a prisión, acabará en la Gehenna), quiere llevar a sus discípulos a aquel “amaos como yo os he amado” del Evangelio de Juan. Nos hace entrar dentro de nosotros mismos, para purificar los pensamientos y deseos del corazón. Nos pide superar a los escribas y fariseos en su modo de vivir la Ley: es decir, vivirla como Él la ha vivido. No os contentéis con “no matarás”, porque podéis matar también con las palabras, los insultos, el odio, el rencor, el maldecir.

Pensemos en el juicio interior, en la calumnia que mata, en la murmuración, en la difamación, en las denuncias falsas e injustas, que son pecados muy graves. Si tu hermano tiene quejas contra de ti, y también si tú tienes algo contra él, reconcíliate primero antes de ofrecer tu don en el altar, antes de la Eucaristía, que es “comunión”. Después, Jesús habla del adulterio del corazón. Mirar a una mujer para desearla, significa destruirla como persona sólo con la mirada, arrancar su cuerpo de su armonía plena, de su ser una unidad: cuerpo, alma, y su vida entera. Significa adulterar, falsear a la persona. La mirada es un hermoso sentido humano, creado por Dios, que nos ayuda a conocer y amar, a encontrar a Dios en la belleza de lo creado. El deseo del corazón es fundamental para ir hacia el bien y hacia el amor. Pero mirar sólo para alimentar el deseo de la posesión sexual, que prescinde de la dignidad de la persona, de la donación libre y responsable al amor, es cometer un adulterio en el corazón. Es como violentar a aquella persona, aunque sea sólo en el corazón. Jesús nos pide mirar como él nos miraba. Una mirada de amor, contemplativa de la belleza de los hijos de Dios. Nos pide cultivar el deseo de bien, de amor, de santidad. Que queramos mirar con amor, con deseo de amor para todas las personas, con respeto de su libertad, historia e intimidad. Una mirada y un deseo que diga: te amo en Cristo, te quiero feliz en Cristo, te estimo en Cristo, te respeto. Y añade Jesús: no te contentes con no jurar en falso, acostúmbrate en cambio a no jurar nunca. Amar al prójimo como a ti mismo significa considerarlo digno de que digas la verdad, así no tendrás más la necesidad de jurar. Este Evangelio da pistas para un examen de conciencia, Con la gracia de Jesús, que convierte el corazón.