Diez formas para practicar un «ayuno» diferente durante la Cuaresma: más allá de la comida o del móvil
Estos diez consejos se pueden aplicar en Cuaresma. Quizás no todos, pero al menos sí alguno de ellos.
Con el Miércoles de Ceniza ha dado comienzo un tiempo de Cuaresma que tiene como objetivo preparar a los cristianos para la Pasión y sobre todo la Resurrección de Cristo. Para este tiempo litúrgico la Iglesia enseña tres puntos de apoyo fundamentales para vivir estos 40 días. Se trata de la oración, la limosna y el ayuno.
Estas tres prácticas son una ayuda para esta llamada a la conversión que caracteriza la Cuaresma. Pero será sobre el ayuno en lo que nos centremos. Moisés ayunó cuarenta días en la montaña y Jesús pasó otros cuarenta días en el desierto ayunando. Por ello, la Iglesia anima en Cuaresma a profundizar en los recovecos del corazón y rogar por la conversión del corazón.
Cuando se habla de ayuno lo primero que viene a la mente es dejar de comer. Últimamente también se ha asociado a otras acciones físicas como dejar de fumar, beber, o incluso aparcar temporalmente el teléfono móvil o la televisión.
Pero el ayuno puede ir mucho más allá y centrarse en actitudes de cada uno. El propósito del ayuno es agradar a Dios, convertir los corazones y rogar por la conversión de los demás. En otras palabras, ¡el ayuno debe tener una intención sobrenatural!
- Come menos y recibe más la Santa Eucaristía
Tenemos que darle más importancia a la vida espiritual y a la salvación del alma. Y recuerda lo que dijo Jesús: “No trabajéis por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello” (Jn 6, 27).
- Controla tu lengua.
Para este segundo punto se recomienda encarecidamente la lectura del capítulo tercero de la Epístola de Santiago, “¡una de las mejores exhortaciones del mundo para trabajar en el control de nuestra lengua!”. Y recoge otra cita muy conocida de este apóstol: “Debemos estar dispuestos a escuchar y ser lentos para hablar” (St. 1, 19).
- Momentos heroicos
En su libro Camino, San Josemaría, fundador del Opus Dei, acuñó el término “minuto heroico”. “Es la hora, en punto, de levantarte. Sin vacilación: un pensamiento sobrenatural y… ¡arriba! —El minuto heroico: ahí tienes una mortificación que fortalece tu voluntad y no debilita tu naturaleza”, escribía el santo.
Con esto San Josemaría afirma que tan pronto como escuchemos el despertador debemos levantarnos de la cama, rezar y comenzar nuestro día. ¡El demonio de la pereza nos anima a presionar el botón de apagar!
- Controla la mirada
Los ojos son el espejo del alma. El Rey David se sumió en el pecado que condujo al asesinato de Urías el Hitita por la sencilla razón de que dejó que llevarse por las miradas. Sus ojos miraron y no se apartaron sobre una mujer casada: Betsabé. Los pensamientos adúlteros condujeron al adulterio físico, a la negación de su pecado y finalmente a matar a un hombre inocente. Por ello, este tiempo es propicio para esforzarse por vivir la Bienaventuranza: “Bienaventurados los puros de corazón, ellos verán a Dios”.
- Puntualidad.
El Evangelio de San Lucas afirma: “El que es fiel en lo insignificante (en lo poco), lo es también en lo importante”. Por ello, se recuerda que ser puntual y estar a la hora es una señal de orden, respeto por los demás y un medio para realizar las tareas bien y a tiempo.
- Escucha a los demás.
Es muy fácil interrumpir a otros cuando hablan y tratar de imponer nuestras propias ideas incluso antes de que la persona haya terminado su idea. La caridad, que significa amor por Dios y por los demás, enseña a respetar a los demás y permitirles hablar sin interrumpir e imponer nuestras propias ideas.
Escuchar a los demás también es un acto de humildad, ¡poner a los demás antes que a nosotros mismos! Jesús en el Evangelio de Mateo dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.
- Más agradecidos y menos quejas
No hay que permitir que pase un solo día sin que se dé gracias a Dios. De hecho, deberíamos estar constantemente agradeciendo a Dios”. E igualmente tenemos que acostumbrarnos a ser agradecidos con los demás. “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Salmo 118).
- Sonríe, incluso si no tienes ganas
De hecho, esto podría ser una gran penitencia: sonreír a alguien, incluso cuando estás cansado, con dolor de cabeza o un resfriado. Esta es la virtud heroica. Una sonrisa es algo pequeño, pero es contagiosa. De hecho, una sonrisa sincera puede transmitir consuelo a quien lo necesita. Una de las señales más evidentes de ser un seguidor de Jesús es la sonrisa de alegría que irradia la cara. “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres”, dice San Pablo en su Epístola a los Filipenses (4,4).
- Reza, incluso cuando no te apetezca.
Por desgracia, muchos de nosotros basamos nuestra vida espiritual en simples sentimientos que son efímeros, transitorios y pasajeros como el rocío que se evapora por el sol de la mañana. Nuestro mejor ejemplo es, por supuesto, Nuestro Señor y Salvador Jesucristo en el huerto de Getsemaní (Lucas 22: 39-46). Cuando Jesús estaba experimentando la agonía y desolación mortal que extraía grandes gotas de sangre de sus poros, en realidad no tenía ganas de orar. Sin embargo, Jesús oró aún más fervientemente.
Por lo tanto, practiquemos el ayuno y la penitencia en nuestras vidas y tengamos un tiempo y un lugar establecidos para rezar, incluso cuando no tengamos ganas. ¡Esto es penitencia y verdadero amor por Dios! ¡Esta es una señal de verdadera madurez en la fe!”
- Un estímulo: ánimo
Este último punto nos invita a que “salgamos de nuestro caparazón egoísta y que nos centremos más en Dios y en ver a Jesús en los demás, imitando al buen samaritano. Aprendamos a ser un Simón de Cirene y ayudar a nuestros hermanos y hermanas que llevan el peso de la cruz, a veces, muy pesada. Podemos aligerarlo alentándolos con palabras, gestos motivadores y con un corazón lleno de amor y compasión. Recuerda la regla de oro: ‘Haz a los demás lo que te gustaría que te hagan a ti’. (Mt. 7:12) ¡En las difíciles tormentas de la batalla terrenal, una palabra de aliento puede ser un viento poderoso en las velas!”.