En el momento del adiós, Jesús dirige a los suyos intensas palabras de seguridad y de ternura: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios y creed también en mí. En la casa de mi padre hay muchas moradas…”. Querríamos recordarlas siempre, en el atardecer de nuestros días y al comenzar la jornada: “No se turbe vuestro corazón”. En las horas oscuras del alma y en las dificultades del camino: “Tened fe en Dios y tened también fe en mí”. En los nudos familiares y en los problemas del trabajo, en las relaciones difíciles y en los momentos hermosos: “En la casa de mi padre hay muchas moradas” (hay lugar, hay habitaciones para todos. Es una casa acogedora). En las horas sublimes del amor y delante de los milagros de la naturaleza y de la gracia: “Volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (“donde estoy”, no “donde estaré”; donde estoy ahora, en la comunión del Padre y del Espíritu Santo).

En este clima de intimidad, Tomás y Felipe intervienen con sus preguntas. Es conmovedor que las revelaciones más altas de sí mismo y de su designio de redención Jesús las haya hecho como respuesta a preguntas de los suyos. Una pasión que tiene desde el inicio es la de no hacer nada solo, con pocas excepciones: los cuarenta días en el desierto (aunque luego intervienen ángeles y fieras), algunos momentos de oración en soledad, el sepulcro y la resurrección. En lo demás cuenta con nosotros, siempre y en todo. No viene al mundo sin el sí de María y el de José, llama a pastores y Magos a adorarlo. En la vida pública se rodea de discípulos y siempre está entre la gente. En Getsemaní: los tres apóstoles. Sobre la cruz: María, las mujeres, el discípulo amado, el buen ladrón.

La afirmación “adonde yo voy, ya sabéis el camino” provoca en Tomás una pregunta impertinente, porque entre ellos hay un sincero clima de familia: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Jesús responde con claridad y profundidad insondables: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Jesús es el camino, es la verdad de Dios que revela, es la vida de Dios que se nos dona. Gracias, Tomás, por tu preguna. “Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre. Desde ahora le conocéis y le habéis visto”. Felipe reacciona: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Así permite a Jesús una profundización sublime sobre la relación entre él y el Padre: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Te estaremos siempre agradecidos, Felipe.

La conclusión es de vértigo: “En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre”.