María Magdalena y la otra María han recibido del ángel que estaba en el sepulcro y, después, de Jesús resucitado al que encontraron en el camino, la tarea de decir a los discípulos que vayan a Galilea porque allí lo verán. Jesús enseña así a sus discípulos que las mujeres no están en la Iglesia sólo para servirles “con sus bienes” (Lc 8,3), sino para ser testigos de Jesús, a quien vieron y escucharon. Los discípulos obedecen, y van a la tierra donde comenzó todo, en la que hay una mezcla de judíos y paganos. El reino de la imperfección. El evangelio los llama “discípulos”, no apóstoles: es necesario que estén siempre dispuestos a aprender.

El apóstol tiene un mandato, un papel; el discípulo es el que aprende. Y son once: otro elemento de imperfección; no doce, el número perfecto. Además, algunos de ellos dudan. Lo ven. Lo adoran: creen. Algunos, sin embargo, dudan. En la imperfección de los apóstoles hay lugar para la duda. Unos dudan y otros creen. O creen y dudan al mismo tiempo. Son ellos, los discípulos, quienes narran sus propias dudas. Jesús no dice nada de ellas, no se descompone, no se las echa en cara. Tiene una confianza ilimitada en la fuerza del poder que le ha sido dado en el cielo y en la tierra, y que puede transformar a sus discípulos. Aquel poder refuerza la fe y responde a las dudas. Juan Pablo II explicaba: “El poder que le ha sido dado en el cielo y en la tierra es la fuerza de ofrecerse a sí mismo por la vida del mundo: la potencia de la redención a través del amor. El sacrificio de la cruz y la resurrección son el culmen de esa potencia. Mediante la Eucaristía, la Iglesia se hace partícipe, diariamente, de ese ‘poder de Cristo’ – la fuerza de ofrecerse a sí mismo por la vida del mundo -. Que se convierte en el corazón mismo de su misión y su servicio” (homilía, 31-V-1984).

Jesús tiene confianza también en que sus discípulos seguirán sus palabras: “Id y haced discípulos”, como vosotros, “a todos los pueblos”. Hay igualdad entre vosotros y quienes os escuchen. Todos, discípulos. Ese es el porqué de ir a Galilea: le interesan todos los pueblos, no sólo un pueblo elegido. Bautizadlos, que significa “sumergidlos” dentro del nombre de Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. Sumergid “a todos los pueblos” en la vida divina de la Trinidad. Enseñadles a guardar todo lo que os he mandado: enseñad el mandamiento nuevo del amor. “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”. El “Yo soy”, el nombre de Dios revelado a Moisés, se ha convertido en “yo estoy con vosotros”, el nuevo nombre de Jesús, el Emmanuel, Dios que está con nosotros todos los días, aunque seamos once, aunque dudemos y, sin la ayuda de las mujeres, no hubiéramos logrado llegar hasta aquí.