Al inicio del discurso de Cafarnaúm, Jesús invita a creer en él a los que lo buscan porque han comido pan bueno hasta saciarse. Quieren señales, como lo fue el maná para sus padres. ¡Qué paciencia tiene Jesús con ellos! Hace poco ha multiplicado los panes, y ahora piden signos. Jesús replica ofreciéndoles un contenido mayor para su fe: él es el pan bajado del cielo. Y ellos no lo pueden creer, porque conocen a José. Conocer su humanidad frena su fe. Nosotros, en cambio, tenemos necesidad de su humanidad para acceder a su divinidad.

Entonces, Jesús pasa a un discurso cada vez más concreto: que la vida que Él nos quiere donar pasa por comer. En los pocos versículos que se leen para la fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor aparece ocho veces el verbo comer. En el original griego se usan dos verbos distintos, de los cuales uno se puede traducir por “masticar”: comer y masticar. Y se habla tres veces de beber su sangre. El pan, comido, nos da la vida. Su vida, la vida humana y divina. La vida eterna no es sólo después, es ya ahora: “El que come… tiene la vida eterna” y, en el futuro, la resurrección. El Pan que él nos dará “es su carne”. Carne, palabra de resonancia aramea, es su cuerpo y toda su vida, toda su historia. También “vida” y “vivir” son palabras que aparecen con frecuencia.

Jesús habla de cosas sublimes y totalmente nuevas a través de palabras muy comunes y normales: pan, vino, carne, sangre, padre, hijo, comer, masticar y beber, vida. La carne que se podía comer estaba sujeta a la ley: no todos los animales estaban permitidos, y desde luego no es el hombre. La sangre era para ellos la sed de la vida y no se podía beber, ni siquiera la de los animales. Además, Jesús dice que ha descendido del cielo, y habla de Dios como de su padre: eso explica el desconcierto de quienes escuchan . Pero le habían pedido una señal, y se las dio: os daré mi carne y mi sangre para comer y beber, separados de la muerte cruenta de la cruz; este es el maná verdadero con el cual no se muere.

En el Evangelio de Juan no aparece la institución de la Eucaristía, porque comer y beber el cuerpo y la sangre de Jesús es comer y beber toda su vida, y todo el Evangelio es su vida. Por tanto, el Evangelio es Eucarístico. Si comemos a Jesús, podemos vivir su vida y llevarlo a todos lados. A los primeros dos discípulos que le preguntaron: “Maestro, ¿dónde vives?”, les dijo: “Venid y veréis. Aquel día vieron dónde vivía y permanecieron con él”. En los años siguientes, Jesús continuó respondiendo a esa pregunta. En este discurso revela otra casa suya: también vivo en quien me come, y quien me come vive en mí. Como en el amor más grande, donde uno vive en el otro, recíprocamente: siendo cada uno el lugar del reposo de la persona amada.