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Zacarías dice a la hija de Jerusalén que exulte porque viene su rey, humilde, cabalgando un asno, victorioso, y acabará con la guerra de Israel, “proclamará la paz a los pueblos. Su dominio irá de mar a mar”. Es la profecía de Cristo que viene. Jesús dice en el Evangelio que Él es el rey que lleva la paz a todos: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Y el Papa Francisco aclara: “El Señor no reserva esta frase a uno de sus amigos, sino que la dirige a todos los que están cansados y agobiados por la vida. ¿Quién puede sentirse excluido de esta invitación? El Señor sabe lo pesada que puede ser la vida. Sabe que muchas cosas cansan el corazón: desilusiones y heridas del pasado, pesos y equivocaciones que hay que soportar en el presente, preocupaciones por el futuro” (9-VII-2017). Se trata de moverse, de no quedarse quietos: “Venid”, dice Jesús. Y de ir a Él: “¡a mí!”.
El 27 de marzo pasado, en una plaza de San Pedro desierta y bajo la lluvia que hacía presente la tempestad del virus de la pandemia que se ha desplomado sobre el mundo, el Papa describía el cansancio de todos: “Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles, ciudades: se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados”. Una vez más, nos proponía ir a Jesús para encontrar ayuda. Nos mostraba a Cristo crucificado y a Cristo en la Eucaristía. “En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo”. Y hemos enfermado.
Para curarnos, vayamos al Señor, aunque duerma: “¡Despierta, Señor!”. Jesús nos contesta: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Y el Papa: “No es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. […] El comienzo de la fe es saber que necesitamos salvación. No somos autosuficientes; solos, nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con El a bordo, no se naufraga. Porque ésta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere”.