La Asamblea General de Cáritas apuesta por «ser testigos de la fe, constructores de solidaridad y promotores de fraternidad»
En un formato inédito, marcado por las normas de distanciamiento social, Cáritas Española celebró el pasado viernes por tele-conexión su LXXVIII Asamblea General, una cita en la que, también por primera vez, participaron el nuncio en España, monseñor Bernardito Auza, junto a los presidentes de Cáritas Europa monseñor Michael Landau, y de Cáritas Internationalis, cardenal Luis Antonio Tagle.
Junto a ellos, a la Asamblea asistieron también el presidente de la Conferencia Episcopal Española, cardenal Juan José Omella; el secretario general de la CE, monseñor Luis Argüello; monseñor Atilano Rodríguez, presidente de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social y Promoción Humana; y monseñor Jesús Fernández, presidente de la Subcomisión Episcopal de Acción Caritativa y Social, y acompañante de Cáritas.
Por parte de Cáritas, además de los miembros natos de la Asamblea (directores y delegados episcopales de las 70 Cáritas Diocesanas), intervinieron en la misma de manera activa en el desarrollo de la misma su presidente, Manuel Bretón, el delegado episcopal, Vicente Martín Muñoz, y la secretaria general, Natalia Peiro, que se presentó su Informe anual.
En su saludo a los participantes, monseñor Omella animó a “seguir el ejemplo de Tobías y no desviar la mirada de los pobres y a trabajar por las tres `T´ en las que el Papa Francisco insiste: trabajar por la dignidad de las personas para que todos tengan un trabajo, un techo y una tierra”.
Monseñor Rodríguez, por su parte, recordó que además de “ayudar a las necesidades materiales de muchas personas, también tendremos que cuidar su corazón, acompañar su soledad, fortalecer su ilusión y colaborar en la recreación de un nuevo mundo y una nueva forma de vivir”.
“Creo que nunca hemos estado tan unidos –señaló el presidente de Cáritas— y que pocas veces antes se nos ha percibido como una confederación tan compacta, rocosa en sus ideales, y ágil y diversa en su acción diaria, que tiene muy claro el objetivo común, que es luchar por los olvidados y quienes más sufren, y seguir el Evangelio”.
Además de los temas estatutarios ordinarios —aprobación de cuentas y avance de la programación para el año próximo—, los participantes en la Asamblea reflexionaron sobre los retos que como sociedad y para Cáritas tiene esta crisis sanitaria y social, de profundo impacto social y económico, y la nueva situación en la que nos encontramos.
Al término de las sesiones de trabajo, los participantes aprobaron por aclamación una Declaración final en la que apuestan “en medio de esta situación tan dolorosa que estamos atravesando, a ser testigos de la fe, constructores de solidaridad, promotores de fraternidad y forjadores de esperanza”. Este es el texto íntegro de la misma.
LXXVIII ASAMBLEA GENERAL
Declaración final
La profunda crisis sanitaria, social y económica causada por el impacto del coronavirus ha estado muy presente en el desarrollo de esta Asamblea General, en la que nos ha inspirado el espíritu genuino del preámbulo de la constitución pastoral Gaudium et Spes, donde se apela a “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren”.
Hemos sido testigo de tristezas e incertidumbre, pero también nuestras Cáritas han sido expresión de los gozos y las esperanzas transmitidos mano a mano por esa gran familia de discípulos de Cristo y ciudadanos de a pie que han encontrado en su corazón “el eco de lo verdaderamente humano”. Un clamor que se manifiesta a través de la fraternidad y de esa capacidad para sacar de nosotros mismos lo mejor en tiempos recios y compartir gratis lo que gratis hemos recibido a través del Mandamiento del Amor.
Nuestra Asamblea quiere hacer un profundo reconocimiento de gratitud, por sus testimonios de vida plena y fecunda que “brillarán como centellas que se propagan en un cañaveral” (Sab 2, 23-3, 9), a todas las personas que han fallecido y a quienes han perdido a sus seres queridos
Hemos compartido en esta Asamblea los retos que esta pandemia está suponiendo para toda nuestra Confederación al abocarnos a una crisis devastadora que ha irrumpido con todo su ímpetu en nuestros proyectos. Gracias a los aprendizajes acumulados en los últimos años dentro de los procesos de formación continua y de calidad de todos nuestros niveles organizativos y territoriales, ha sido posible reorientar nuestras respuestas con la agilidad requerida para acompañar a un volumen creciente de demandas de emergencia.
Y ha sido nuestro voluntariado quien, con el apoyo inestimable de las personas contratadas, ha conjugado de manera admirable la calidez con la calidad para multiplicarse en unas acciones de acogida, escucha y respuesta cada vez mayores y más exigentes, sin menoscabo de las condiciones de prevención sanitaria y distancia social que han añadido complejidad a su trabajo. Su dedicación impagable, testimonio real de que “donde hay caridad y amor, allí está Dios”, merece nuestro reconocimiento profundo y gratitud.
El coronavirus está poniendo de manifiesto la naturaleza eminentemente voluntaria de Cáritas y la gratuidad de su misión samaritana como servicio organizado de la caridad, que, como no hemos dejado de repetir a lo largo de estos meses, “no cierra nunca”. El carácter global de esta pandemia ha situado, además, a Cáritas, por primera vez en su historia, ante la necesidad de responder de manera simultánea a los efectos de una emergencia dentro y fuera de nuestro país. El coronavirus está poniendo a prueba nuestras estrategias de cooperación fraterna y la capacidad de nuestra Confederación para visibilizar las llamadas de ayuda que muchas Cáritas del Sur nos lanzan para afrontar el impacto que la Covid-19 está teniendo en otros países y en comunidades mucho más vulnerables que las nuestras.
Estamos siendo canalizadores de una corriente social de solidaridad pocas veces experimentada antes, que nos hace crecer en responsabilidad a la hora de gestionar los recursos que nos confían donantes privados y empresas colaboradoras para remediar las condiciones de grave precariedad a las que se enfrentan millones de personas vulnerables. Agradecemos este depósito masivo de confianza, que nos obliga a reforzar aún más si cabe nuestros criterios de control austero de los recursos y el compromiso con la transparencia.
Las lecciones aprendidas de la anterior crisis nos están ayudando a orientar mejor nuestras respuestas en un doble plano. En el terreno de la acción social, el virus nos exige articular respuestas inmediatas y eficaces a las necesidades urgentes de quienes están viendo cómo sus expectativas de futuro se hunden ante el impacto devastador de esta pandemia. Y en el ámbito de la incidencia política, a liderar una acción inspirada en los principios de la Doctrina Social de la Iglesia que permita la adopción de medidas legales y políticas que garanticen ahora y el futuro los derechos de las personas empobrecidas. Apostamos por que esta crisis sea una oportunidad y no, como en casos precedentes, una ocasión perdida para sentar las bases de un Estado al servicio del bien común, que incorpore de una vez por todas a los descartados como ciudadanos en plenitud de derechos y dignidad.
Apelamos desde esta Asamblea al esfuerzo y cooperación de todos, desde los poderes públicos y los agentes económicos y sociales a las organizaciones del tercer sector social, las comunidades cristianas y toda la ciudadanía. Necesitamos, para salir reforzados como sociedad, adoptar tanto en la vida pública y social como en la intimidad de nuestras vidas diarias, lo mejor de las lecciones que se desprenden de esta dolorosa etapa de confinamiento: el valor de lo público, lo comunitario y el bien común, la riqueza de redescubrir lo más cercano y la capacidad de solidaridad y apoyo que sigue latente en los espacios vecinales.
Como Confederación, en medio de esta situación tan dolorosa que estamos atravesando, acogemos la invitación de nuestros Obispos, con motivo del día de la Caridad, de ser testigos de la fe, constructores de solidaridad, promotores de fraternidad y forjadores de esperanza.
Madrid, 26 de junio de 2020.