Comentario al Domingo XV del Tiempo Ordinario
Jesús sale de la casa para subir a una barca y hablar a la multitud. Es lo que la Iglesia y cada cristiano estamos llamados a hacer. Jesús habla del misterio de su vida, del resultado de su predicación y de lo que desconcierta a los suyos: muchos fracasos que podrían llevar al desaliento. Y sin embargo la parábola termina con el éxito de la palabra de Dios, que siempre da fruto como la lluvia que fecunda los campos (cfr. Is 55, 10-11).
El campo de Dios es cada hombre. Tierra y Adán –hombre- son la misma palabra en hebreo. Jesús siembra sin escoger el terreno, porque quiere llegar a todos los hombres, a todos da la posibilidad de ser tierra buena y bella. El resultado final es sorprendente. La fertilidad de los campos en aquella época era del 8 por uno. La palabra de Dios garantiza una eficacia extraordinaria: treinta, sesenta, ciento por uno.
Los discípulos quieren aprender, se acercan y le preguntan: “¿Por qué les hablas en parábolas?”. Así hay que hacer para que la palabra de Dios fructifique en nosotros: acercarnos a Jesús y preguntar. Acercarnos a la Palabra y preguntar, sin miedo. La contestación de Jesús puede parecer dura: Isaías dice que al pueblo se le ha embotado el corazón y ya no es capaz de ver ni de escuchar la palabra de Dios. Pero Jesús les habla en parábolas: quiere seguir enviando su mensaje, respeta su libertad y sus tiempos, les deja la posibilidad de volver sobre el mensaje y, quizá, convertirse.
Vamos a entender los cuatro diferentes terrenos en sentido personal. Cada uno de nosotros tiene dentro de sí los cuatro. A veces escuchamos la palabra de Dios como junto al camino: con prisa, con distracción, nos resbala dentro, no deja poso ni rastro. O bien pensamos que no se puede vivir aquello. El enemigo nos la roba, como hizo con Adán y Eva. Pero la semilla fructifica, en mi tierra buena, la fe que vence mi torpeza y vuelve el corazón apto para entender. Otras veces somos terreno pedregoso. Nos entusiasmamos, pero las tribulaciones interiores o las persecuciones exteriores manifiestan que nuestro corazón sigue petrificado por el miedo. La semilla en nuestra tierra buena nos ayuda a vencer las tres batallas de los terrenos accidentados que también tenemos, y llegamos a ser una tierra bonita donde Dios fructifica el treinta, sesenta, ciento por uno. Cada uno da su fruto, original, distinto a los demás.