Comentario al Domingo XVII del Tiempo Ordinario
Con frecuencia Jesús no es comprendido. Por María y José, por Nicodemo, por las multitudes, por los apóstoles que le piden explicaciones y a quienes debe decir: “¿Todavía no entendéis?”. Por Pedro, que razona como satanás. Al final del discurso de las parábolas de Mateo, en cambio Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Habéis entendido todo esto?”, y ellos, con una desarmante simplicidad, dicen la pequeña gran palabra: “Sí”. Les ha tocado el corazón con el tesoro y con la perla. Son palabras que tienen que ver con el amor, la fantasía, los cuentos y las leyendas. También en su tradición. El libro de los Proverbios asemeja la sabiduría a los tesoros y a las riquezas: “Si la procuras como a la plata y la buscas como a los tesoros, entonces comprenderás el temor de Dios y hallarás el conocimiento de Dios” (Pr 2, 4-5), para después definirla como superior: “Es más preciosa que las perlas, ni lo más atractivo se le iguala” (3, 15). En cualquier cultura, los tesoros y las perlas gustan a todos.
Comparar el Reino de los cielos al tesoro encontrado en el campo o la perla buscada largamente por el mercader, es hablar a los discípulos de algo que están experimentando ya. Ya han dejado todo para comprar aquella perla y aquel campo donde estaba escondido el tesoro. Es Jesús a quien están escuchando y a quien están siguiendo. “¿A quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna”. Por esto dicen sin dudar: “Sí”. Han entendido. Luego aquella semejanza con los trabajos de pesca los encuentra más preparados que la de la cizaña: es el trabajo que varios de ellos han hecho tantas veces. Separar los peces comestibles de aquellos que Deuteronomio 14 dice que no se pueden comer: “Podéis comer los que tienen aletas y escamas. Pero no comáis de los que no tienen aletas ni escamas: son impuros para vosotros”. Jesús les repite lo que ha dicho con el trigo y la cizaña: “Así será al final del mundo”.
Al final, aparece la figura misteriosa de un escriba convertido a Cristo, que se ha hecho discípulo del Reino, que añade a su antigua sabiduría, de la primera alianza, la sabiduría de la nueva alianza. También él ha encontrado inesperadamente el tesoro en el campo que estaba cultivando (trabajaba por el Señor), cuando se topó con el Hijo de Dios hecho hombre. Ha vendido todo, también la primogenitura si hubiera sido necesario, ha perdido toda la estima del grupo al que pertenecía, ha sido expulsado de la sinagoga; pero se dedica, lleno de alegría, a instruir tanto a judíos como a gentiles conversos acerca de las cosas viejas y las cosas nuevas.
En el tesoro que ha comprado hay de todo, y no se agota jamás. Mete la mano y saca la sabiduría. Esa que Dios donó a Salomón. Y mucho más.