Comentario al Domingo XXIV del Tiempo Ordinario
Jesús vuelve después del Padre nuestro (Mt 6, 12-15) al tema del perdón en el discurso eclesial. Una pregunta de Pedro plantea el asunto: “¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano cuando peque contra mí?”. Las mismas palabras Jesús ha usado hace poco para hablar de la corrección: “Si tu hermano peca contra ti”. Pedro plantea que frente al hermano que peca puede haber una actitud distinta a la corrección, alternativa o complementaria: el perdón. Los rabinos discutían sobre el límite del perdón y lo fijaban en dos o tres veces. Pedro amplía mucho: “¿Hasta siete?”, el número de la perfección. Lamech decía al inicio del Génesis (4, 23-24): “Siete veces será vengado Caín, pero Lamech setenta y siete”. Jesús cambia la venganza por el perdón y lo multiplica: con “setenta veces siete” derriba cualquier límite.
Para subrayar el mensaje, narra una parábola que consigna sólo Mateo, y que no es fácil de asimilar. Quizá porque el comportamiento del siervo parece odioso, o porque nos sentimos acorralados por el deber del perdón, y también porque el rey, imagen de Dios Padre, parece retractarse al final de la misericordia. Pero no es así. Entramos en la parábola. Al rey que quiere hacer cuentas con sus siervos le presentan a uno que le debe diez mil talentos. Es una cifra hiperbólica, fuera de la realidad de la relación entre un siervo y su rey. Un talento son 36 kilos de metal precioso y vale 6.000 días de trabajo. 10.000 talentos equivalen a 60 millones de jornadas, pesan 3.600 quintales; se necesitan 360 furgones para transportarlos. El siervo dice “te lo restituiré”, pero no es posible. La única salvación es la compasión del rey.
Jesús nos está hablando de la deuda impagable que tenemos con Dios por todo lo que nos ha donado: la vida, la gracia, la salvación, todo lo que nos ha perdonado. La relación del siervo con el rey es la historia de la salvación del hombre. Vendido como esclavo por el pecado original y los pecados personales junto a su mujer, sus hijos y sus bienes: a todo lo creado. El perdón del rey equivale a una adopción de hijo, que libera. Aquel hombre sale, y enseguida agarra al compañero porque le debe cien denarios: tres meses de sueldo. Es la historia del hombre.
Jesús nos enseña que necesitamos perdonarnos recíprocamente. La condena última del siervo malvado se puede comprender así: si perdemos la memoria del perdón gratuito recibido de Dios, y con los hermanos nos quedamos sólo en un intento de justicia, se bloquea nuestro corazón y perdemos la relación de filiación con el rey, que habíamos recibido como don. Y sufrimos, como en manos de verdugos. Para no perder el amor infinito recibido de Dios, tenemos que repartirlo.