Comentario al Domingo XXV del Tiempo Ordinario
La parábola de los obreros de la viña sólo está recogida por Mateo. Narra la buena noticia de Dios que convoca a todos a trabajar en su viña a distintas horas del día, y dona a todos, porque es bueno, la recompensa que es Él mismo, su vida divina participada, la felicidad del cielo.
El dueño de casa, imagen de Dios, cuida su viña, imagen de Israel y de la Iglesia. A los primeros los llama al alba, y acuerdan el pago de un denario al día. Es el salario de una jornada de trabajo, y permite vivir un día. Cuando las horas más frescas y productivas han pasado, a las nueve sale otra vez a buscar obreros y los manda a trabajar, pero no especifica la recompensa: “Os daré lo justo”. Hace lo mismo a mediodía, y a las tres. El trabajo acaba a las seis de la tarde. A las cinco, cuando sólo queda una hora, sale por quinta vez y ve gente mano sobre mano. Les pregunta por qué estar sin hacer nada: “Nadie nos ha contratado”. “Id también vosotros”. Serán un estorbo para los otros, pero él quiere que todos trabajen en la viña.
Por la tarde comienza a pagar a los últimos, y les da un denario. Luego da lo mismo a todos, también a los primeros. Murmuran. “A estos últimos, que han trabajado sólo una hora, los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor”. La respuesta a uno sólo de esos murmuradores permite a Jesús hacer una pregunta que nos interpela a cada uno: “Amigo, no te hago ninguna injusticia”. Te doy lo que hemos pactado. ¿No puedo darles también a ellos lo mismo? En griego, la frase central del pasaje reza así: ¿será que tu ojo es malo porque yo soy bueno?
Los Padres han aplicado la parábola a las personas que son llamadas en distintas edades de la vida, o en distintas épocas de la historia de la salvación. Puede ser una enseñanza para los fariseos, que ligaban la salvación a sus obras, o para los cristianos judaizantes, que veían que la salvación llegaba también para los paganos de la última hora.
Pero es asimismo una enseñanza perenne que nos ayuda a examinarnos sobre la envidia por los dones que Dios da a cada uno. Dios se dona a sí mismo, y no puede dar menos. Estos “justos” que han trabajado en la viña piensan que el don de Dios es fruto de su esfuerzo, cuando en realidad es fruto de la bondad de Dios. Haber trabajado por él todo el día es una gracia. La parábola sirve a los que trabajan en la viña del Señor para convertirse siempre a la fe en que el don de Dios es gratuito, y procede de su bondad. Para abrir el corazón ante los que llegan a la última hora, que gozan quizá de un trabajo más sencillo, y a veces recogen más frutos que los que los han precedido.