“Nos movemos por el trabajo decente”

Queridos diocesanos:

Me alegra poder comunicarme con vosotros con motivo del Jornada Mundial por el Trabajo decente que tendrá lugar el 7 de octubre. La comunidad cristiana está invitada a manifestar esta preocupación a través de las vigilias de oración, participación en la Eucaristía y otras actividades cívicas que traten de concienciar sobre esta realidad.

Distintas entidades promotoras de la iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente nos convocan por sexto año consecutivo, a participar en los diferentes actos, de forma individual o colectiva, para mantener viva la conciencia de la necesidad de un trabajo decente, uniendo las voces reivindicativas para recordar “el sentido creador del trabajo” y luchar para erradicar “la lacra de la precariedad laboral que caracteriza el actual sistema de relaciones laborales y que lesiona los derechos de las personas trabajadoras y de sus familias”. En el Manifiesto para esta Jornada se subraya que la realidad actual está visibilizando las consecuencias de un modelo productivo incapaz de generar empleo con alto valor añadido y marcado por las altas tasas de precariedad laboral. Se constata que demasiados empleos considerados esenciales mantienen condiciones laborales tan precarias que algunas veces rozan la vulneración de derechos y muchas la imposibilidad del sostenimiento de la vida. El papa Francisco, preocupado por las personas que no cuentan con un empleo, nos recuerda que la dignidad de estas se ve menoscabada al no ser capaces de aportar alguna ayuda a la familia por medio de su trabajo, e insiste que “sin el trabajo el hombre no sólo no puede alimentarse, sino que tampoco puede autorrealizarse, es decir, llegar a su dimensión verdadera”.

La crisis de la pandemia ha puesto de relieve las debilidades estructurales del Estado de bienestar en España y la necesidad del trabajo decente para el desarrollo de una sociedad fraterna. Esta crisis nos ha enseñado que se puede consumir menos y mejor, que el servicio de aquellos oficios menos valorados, social y económicamente son los que sostienen la vida y el cuidado comunitario”[1]. Es responsabilidad de la comunidad cristiana acompañar a las personas que no tienen un trabajo, manteniendo una actitud profética que denuncie aquellas situaciones contrarias a la dignidad humana, y ahora con mayor intensidad viendo la incidencia que está teniendo la pandemia en la destrucción de los puestos de trabajo. Los movimientos de Iglesia por el trabajo decente trabajan con el fin de visibilizar la lucha por conseguir que el trabajo decente sea cada día más real en la vida de las personas y respetuoso con la casa común. Hemos de concienciarnos de que no debemos tratar de solucionar lo propio olvidando las situaciones precarias de los demás.

La búsqueda y el ofrecimiento de un trabajo decente se sitúan en el bien común. “La participación de todos en la promoción del bien común implica, como todo deber ético, una conversión renovada sin cesar, de los miembros de la sociedad. El fraude y otros subterfugios mediante los cuales algunos escapan a la obligación de la ley y a las prescripciones del deber social deben ser firmemente condenados por incompatibles con las exigencias de la justicia. Es preciso ocuparse del desarrollo de instituciones que mejoran las condiciones de la vida humana” (CIC 1916). No es el momento de generar confusión cuando tanta unidad necesitamos para combatir la pandemia que nos asola. No obstante, hay que afirmar con rotundidad que “en el trabajo la persona ejerce y aplica una parte de las capacidades inscritas en su naturaleza. El valor primordial del trabajo pertenece al hombre mismo que es su autor y destinatario. Cada cual debe poder sacar del trabajo los medios para sustentar su vida y la de los suyos, y para prestar servicio a la comunidad humana” (CIC 2428). En el día a día vemos que la vida económica está mediatizada por intereses diversos con frecuencia opuestos entre sí, lo que explica el surgimiento de conflictos que la caracteriza.

La Doctrina Social de la Iglesia nos urge a recordar la dignidad inviolable de la persona humana, el destino universal de los bienes de la creación, la participación de todos en la búsqueda de bien común, la solidaridad y la subsidiaridad, y nos llama a renovar nuestro compromiso con la cultura del trabajo que exige renunciar a conductas consumistas y materialistas que no lo valoran, y asumir un estilo de vida en austeridad como ayuda al otro. Se han de defender los derechos de los que trabajan pero no se pueden ignorar los de quienes no encuentran trabajo, cuando el trabajo es un derecho y un deber. Las condiciones difíciles o precarias del trabajo hacen difíciles y precarias las condiciones de la misma sociedad y de un vivir ordenado según las exigencias del bien común. Por ello, “urgimos a adoptar las medidas necesarias para conseguir que el trabajo decente sea una realidad accesible para todas las personas, con condiciones que permitan mantener una vida digna y que la protección social llegue a todas las personas que lo necesitan”¡Redescubramos la dimensión social de la fe, plasmándola en pautas de comportamiento personal y comunitario!

Os saluda con afecto y bendice en el Señor,

+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela

 

[1] Manifiesto de la iniciativa Iglesia por el trabajo decente para la Jornada del Trabajo decente, 7 de octubre de 2020.