“Entonces los fariseos se retiraron y se pusieron de acuerdo para ver cómo podían cazarle en alguna palabra”. “Entonces” significa que, después de haber escuchado las tres parábolas del reino de los cielos en las que se han sentido acusados, hacen una reunión para bloquear al que consideran su adversario porque ha dicho la verdad sobre ellos. En su maquinación, son astutos, e inventan una pregunta a la que cualquier respuesta puede ser usada en contra de él: “¿Es lícito dar tributo al César, o no?. Si dice que sí, carga sobre sí el odio de los que están contra Roma; si dice que no, puede ser acusado delante del gobernador. El sanedrín los calumniará durante el proceso: “Hemos encontrado a éste soliviantando a nuestra gente y prohibiendo dar tributo al César” (Lc 23, 2). Tenían en la mente la acusación, y, aunque Jesús no les ha dado pie a utilizarla, esgrimen el argumento. Se unen fariseos y herodianos: los contrarios y los favorables a la dominación romana. Para cualquier respuesta había una facción como testigo, dispuesta a la denuncia.

La moneda del tributo, según ellos, estaba contra el primer mandamiento: Jesús podía ser acusado de idolatría. Comienzan con la adulación: “Eres veraz, enseñas de verdad el camino de Dios, no te dejas llevar por nadie, pues no haces acepción de personas…”. Jesús los llama “hipócritas”: dicen la verdad, pero con intenciones falsas. En su sabiduría infinita transforma en bien aquella maldad, y da una enseñanza que está en la base de la autonomía de la dimensión religiosa respecto al poder político. “Enseñadme la moneda del tributo”. Les pregunta de quién es la imagen y la inscripción. De César, dicen. Sobre aquella moneda estaba el rostro de Tiberio César, y la inscripción “Divo Cesare”: al Divino César.

Con la respuesta “devolved, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, Jesús separa las dos palabras de la inscripción: César no es Dios. El griego apòdote es mejor traducirlo “devolved” que “dad”, e incluye en el deber de pagar los impuestos justos la idea de la restitución. Se restituye a la autoridad por el gasto de todos los bienes comunes que dado y dará. ¿Y a Dios? Se le restituye lo que es suyo: toda la creación y el ser humano, creado a su imagen. La plata es de César, pero aquel rostro de hombre que aparece en la moneda no es Dios, sino de Dios. Pertenecemos a la sociedad humana, pero, sobre todo, pertenecemos a Dios que nos ha creado a imagen de Cristo y en él nos ha redimido.

Habitamos el mundo como hijos, sabiendo que ha sido creado por Él. Estamos llamados a comprometernos en las realidades terrenas, para iluminarlas con la luz que viene de Dios.