En la solemnidad de todos los santos leemos la grandiosa visión del Apocalipsis: “Después de esto, en la visión, apareció una gran multitud que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie ante el trono y ante el Cordero, vestidos con túnicas blancas […] Uno de los ancianos intervino y me dijo: Estos que están vestidos con túnicas blancas… son los que vienen de la gran tribulación, los que han lavado sus túnicas y las han blanqueado con la sangre del Cordero”. Jesús había asegurado a los suyos: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas. De lo contrario, ¿os hubiera dicho que voy a prepararos un lugar?”.

Esta fiesta nos da seguridad y nos consuela: de verdad todos estamos llamados a esta meta, a todos se nos ofrece un camino de identificación con Cristo en la vida terrena, para llegar a la felicidad del cielo. “Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente, y llevaba el sello de Dios vivo. Con voz fuerte gritó a los cuatro ángeles a los que se les había encargado hacer daño a la tierra y al mar, diciéndoles: ¡No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en la frente a los siervos de nuestro Dios! Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel”. Ciento cuarenta y cuatro mil caminos diversos para personas de todas las tribus de Israel; ninguna está excluida. Todos con el sello del Dios vivo. Todos semejantes y todos diversos. Todos identificados con Cristo y cada uno con la personalidad única con la que Dios lo ha creado y el camino único que el Espíritu Santo ha diseñado.

La semejanza está descrita en las bienaventuranzas proclamadas por Jesús. Cada uno de los santos es feliz porque ha vivido sobre la tierra la pobreza de espíritu, el llanto en la prueba, la mansedumbre en la adversidad, el hambre y la sed de justicia, con frecuencia no saciada durante la historia, la misericordia con el que se equivoca y con el que peca, la rectitud en el corazón y en las intenciones. Han trabajado por construir la paz a su alrededor y en el mundo, han sido perseguidos por la justicia que han buscado, y han sido insultados y calumniados a causa de Cristo. Jesús asegura a todos ellos que éste es el camino para llegar a aquel cielo del que se habla en el Apocalipsis. Por eso les dice: sed bienaventurados, felices, no os entristezcáis en la vida terrena, es más, alegraos y exultad, “porque grande es vuestra recompensa en los cielos”. Leamos y releamos las bienaventuranzas de Jesús, pidiéndole la gracia de ser felices cuando estemos inmersos en las pruebas de la vida.