Comentario al Domingo XXXIII del tiempo ordinario
El hombre que dona a tres siervos cinco, dos y un talento, según su capacidad, y viaja lejos durante muchos años, es imagen de Dios que crea y dona la vida al hombre. Un talento eran 37 kilos de oro, el sueldo de seis mil días de trabajo: el gran don de la vida, con la capacidad de amar y donarse para el bien de los otros y del mundo. Capacidades distintas para personas distintas, pero todos llamados a donar la vida por amor y a transformar el mundo con un amor con obras. Por eso, los cinco talentos fructifican exactamente en otros cinco y dos en otros dos: es la vida donada, perdida y reencontrada. Por eso la multiplicación es especular; de otro modo, la ganancia sería desigual, como ocurre en los negocios humanos.
El talento es todo lo que tenemos y somos, y todo viene de Dios. La visión de Jesús es optimista: dos de tres entienden el sentido de la vida como don recibido para hacerlo fructificar en los demás. El tercer hombre, en cambio, piensa que debe restituir lo que ha recibido, sin el riesgo de estropearlo. Transcurre la vida sin hacer nada malo y nada bueno, y la devuelve. En el texto griego se nota que, cuando el amo regresa y los siervos se presentan delante de él, los que recibieron cinco y dos talentos no usan un verbo de restitución: muestran el doble de lo recibido, y se quedan con ese fruto del amor vivido. En cambio, el tercer hombre restituye: “Aquí tienes lo tuyo”. Nunca hizo propio el don recibido. No es este el objetivo con el que Dios nos ha dado la vida con la capacidad y el mandato de amar: “Como yo os he amado, amaos”.
Los primeros dos tienen una relación de confianza con Dios y con la vida: “inmediatamente” se lanzan a hacer fructificar la vida recibida, con todas sus potencialidades. El tercero, en cambio, ve a Dios como un tirano: “Eres un hombre duro”, y un ambicioso injusto, “que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste”. Tiene miedo de Dios, el antiguo temor de Adán después del pecado. El miedo de quien no se siente hijo, de quien teme equivocarse y ser condenado por eso, un miedo que paraliza. Los primeros dos siervos son alabados como “bueno y fiel”, el tercero, en cambio, es “malo y perezoso”. Sería más preciso traducir: “malo e inactivo”, donde la inactividad, según sus palabras, es causada por el miedo de su amo, más que por pereza. “Malo y miedoso”. Malo por pensar mal de su amo. Miedoso e inactivo por tenerle miedo. Inactividad y miedo nacen de la falta de fe, de confianza, de fidelidad. Fieles en lo poco: poca cosa es una vida gastada por amor, en relación con la gloria eterna de la fiesta del Señor, que multiplica el don de poder seguir haciendo el bien en el mundo: “te confiaré lo mucho”.