Es el último discurso de Jesús antes de su pasión; al final dirá a los suyos: “Dentro de dos días será la Pascua”.

Es una descripción dramática del juicio universal que ilumina las dos parábolas que lo preceden. Explica cómo comprar a los revendedores el aceite con el cual presentarse a las fiestas nupciales del rey, y cómo duplicar el talento de la vida. En la lectura de Ezequiel, impresionan los gestos de cuidado de Dios: “Buscaré mi rebaño y lo apacentaré… recontaré mis ovejas… las recogeré de todos los lugares… las apacentaré… y las haré descansar… Buscaré… la haré volver… vendaré a la herida y curaré a la enferma, tendré cuidado de la bien nutrida y de la fuerte. Las pastorearé”. Este texto, situado al lado del evangelio del “tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme”, hace emerger la lógica divina del “como yo os he amado, amaos”.

Dios nos pide que demos a los demás aquello que ya nos ha dado, del mismo modo y con la misma atención. Nos desvela el motivo: en quien tiene más necesidad está Él. El último entre los últimos, el más pobre, es Él. Hay sorpresa tanto en los que le dieron alimento, bebida, vestido, hospitalidad, cercanía y solidaridad, como en los que no le dieron nada. No se dieron cuenta de que era Él. El deseo del hombre de ver a Dios -busco tu rostro, muéstrame tu rostro- recibe aquí una respuesta: Jesús está en quien tiene necesidad, en el pobre, el que está abandonado, el que busca amor y no encuentra amor.

Los que le han dado un amor con obras reciben la invitación: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino”. Aquellos que no se lo han dado no son maldecidos por el Padre, que no maldice a nadie, sino por su propio egoísmo y falta de amor. Han estado lejos de Cristo durante la vida, y permanecen lejos de Él durante la eternidad. Dentro de dos días, Jesús se mostrará como hambriento y sediento (“tengo sed”), encarcelado, desnudo en la cruz, crucificado fuera de la ciudad como un forastero, con todas las enfermedades (“no hay en él ni figura ni belleza”). Aun así, los suyos, que acaban de escuchar ese discurso, “abandonándolo, huyeron”, y Pedro dirá: “No lo conozco”. “Me dejaréis solo”, había dicho. Sin embargo, se les aparece resucitado, y les da el mandato de ir por todo el mundo a llevar su Evangelio. Les ofrece la posibilidad de convertirse y tratar de reconocerlo hambriento, sediento, desnudo, forastero, enfermo, encarcelado y de socorrer sus necesidades. Dios, que es pobre, nos pide ayuda, quiere tener necesidad de nosotros, como un enamorado siempre necesitado de amor.