“Estad atentos, velad”. Así comienza la última parte del discurso escatológico de Jesús en el capítulo 13 de Marcos.

El discurso empieza con dos diálogos en dos lugares distintos. Jesús está saliendo del templo y uno de sus discípulos, anónimo, exclama admirado: “Maestro, mira qué piedras y qué edificios”. Jesús no secunda su entusiasmo, sino que le responde con la profecía sobre la destrucción del templo: “¿Ves estas grandes construcciones? No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida”. Inmediatamente después, vemos a Jesús en el monte de los olivos, sentado frente al templo. Movidos por las palabras de Jesús, Pedro, Santiago, Juan y Andrés, los primeros que habían seguido a Jesús después de su bautismo y de la captura de Juan el Bautista, lo toman aparte -le tienen confianza- y le preguntan: “Dinos: ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que todo esto está a punto de llegar a su fin?”.

Jesús les habla de las muchas cosas que ocurrirán: la persecución de los creyentes, la abominación de la desolación, escenarios de la destrucción de Jerusalén, y palabras que describen la segunda venida de Cristo y el juicio final, cuya hora no es conocida ni por los ángeles, ni por el Hijo, sólo por el Padre. Al final, Jesús dice a los cuatro: “Estad atentos, velad”, pero añade que lo dice “a todos”: ¡velad!

Narra la parábola de un hombre que ha dejado su casa y ha dado el poder a sus siervos: a cada uno, una tarea, y al portero en particular, la tarea de custodiar la entrada. Se entrevé en filigrana la comunidad eclesial, cada uno con sus tareas y carismas diversos. La importancia de la tarea recibida de Dios, que estamos llamados a llevar adelante. Trabajar en su casa. Los hebreos conocían tres vigilias nocturnas, pero Marcos cita las cuatro vigilias de los romanos, lectores a los que se dirige: “Vosotros no sabéis a qué hora volverá el Señor de la casa, si por la tarde, o a la medianoche, o al canto del gallo, o de madrugada”.

Jesús nos pide poner atención y velar, porque cuando nos llame al final de la vida, y cuando vuelva en su segunda venida, nos quiere encontrar despiertos. Poner atención al soplo del Espíritu, a las personas a quienes podemos ayudar. Velar para no estar mal preparados para el futuro de la vida y de la vida eterna.

Después de esta parábola, Marcos pasa a los hechos de la pasión de Cristo. Entre ellos, la petición de Jesús en el Getsemaní, a Pedro, Santiago y Juan, de quedarse junto a él y rezar y velar con él, pero los encuentra adormilados. Si a los apóstoles les pasó eso, pidamos su intercesión para que nos ayuden a no descorazonarnos por nuestros sueños y a recomenzar a tratar de rezar y velar, en este tiempo de Adviento.