Comentario al II Domingo de Adviento
El mensaje de conversión y penitencia del segundo domingo de Adviento llega con las primeras palabras del Evangelio de Marcos: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. En estas breves palabras ya está el núcleo del anuncio: Jesús trae la buena noticia. Su nombre, Jesús, significa Salvador, y Él es el Cristo, El Mesías esperado de Israel, y también el Hijo de Dios. Lo que nos trae es una noticia bellísima, euangelion. El corazón de esta bella noticia es él mismo. Existe un Hijo de Dios, se ha hecho hombre y es el mesías, el esperado, y se llama Jesús. La noticia es tan bella, tan grande y tan superior a cualquier expectativa, que es necesario prepararse, y Dios mismo promete un mensajero que le precede, una voz que grita en el desierto.
Marcos identifica el personaje profetizado por Isaías con Juan el Bautista. El bautismo de agua que él ofrecía incluía la confesión de los pecados. Este detalle nos habla de la necesidad profunda del hombre de reconocerse pecador, y de pedir perdón explícitamente y entregar las propias culpas a un hombre enviado por Dios. Nos recuerda la confesión sacramental de los pecados en la Iglesia, que es sacramento, vehículo de la gracia divina; tiene raíces evangélicas, es la respuesta adecuada a la necesidad humana de redención y salvación. El Adviento es tiempo apto para celebrar el sacramento de redención y salvación. El Adviento es tiempo apto para celebrar el sacramento de la reconciliación, como una respuesta actual a la antigua invitación de Juan a preparar en la propia intimidad la venida del Señor.
Juan atrae a multitudes. Está vestido con una pobreza extrema, con vestidos que ha conseguido en el desierto. También el alimento del que se nutre es salvaje. La extrema sobriedad y el rechazo de los vestidos blandos y caros del rey atraen a la multitud, como lo hace su invitación a la conversión, y sus palabras fuertes.
Jesús, en cambio, atrae a la gente porque nunca nadie ha hablado como él, porque sólo él tiene palabras de vida eterna, porque hace hablar a los mudos y oír a los sordos. Porque no apaga la mecha humeante. Porque “ha hecho bien todas las cosas”. Y también porque Juan lo ha indicado: debéis ir a aquel que es más fuerte que yo, al cual no soy digno de desatar la correa de las sandalias. Dice: “Yo os he bautizado en agua, pero él os bautizará en el Espíritu Santo”. En Mateo y en Lucas Juan dice: “Os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego”. En realidad, también el bautismo de Jesús será con agua. Entre otros motivos, quizá también para que Juan sepa que su bautismo con agua fue importante, y que en el de Cristo el agua lleva el fuego. Agua que limpia el cuerpo del bautizado en Cristo, y lleva el Espíritu Santo y su fuego, que encienden su alma.