“He aquí al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Así señaló Juan Bautista a Jesús como el Mesías anunciado por los antiguos profetas. El entonces muy joven Juan Evangelista oyó tales palabras y siguió a Jesús, como su amigo Andrés, hermano de Simón Pedro.

Le seguían sin atreverse a abordarle decididamente. Jesús, entonces, se volvió y les preguntó con sencillez: “¿Qué buscáis?”. La pregunta es escueta, pero la mirada del Señor y el tono sencillo y cariñoso con que fue hecha rompieron su timidez. “Maestro, ¿dónde habitas?”. También esta pregunta es curiosa en sí misma, pero Jesús lee el fondo de sus corazones y conoce sus deseos, de modo que la respuesta no tiene que ver tanto con la pregunta cuanto con sus inquietudes interiores: “Venid y lo veréis”, que era lo que en verdad deseaban.

Algo muy similar sucede con quien se acerca a Jesucristo: quizá por vez primera, o tras muchos años de olvido, o solo desde ayer, cuando tuvo oportunidad de recibir la Eucaristía; las circunstancias son accidentales. El hecho común es que los hombres buscamos a Dios. En Jesucristo, Dios se acercó al hombre; pero nosotros, por timidez, por miedo o por incertidumbre, no nos decidimos a abordarle del modo sencillo y filial que Él espera.

Por eso, Jesús mismo se adelanta a buscarnos, se hace el encontradizo con cada uno de nosotros: contigo y conmigo. Aquellos dos jóvenes se quedaron con Jesús aquel entero día; luego le seguirían muchos días más y llegarían a ser Apóstoles predilectos del Señor. Ese mismo afán espera el Señor de ti, y a él te invita. Seguir a Cristo como Él desea ser seguido supone incoar una amistad felicísima, pero exige anteponer los planes de Dios a los tuyos propios. No deberás abandonar las obligaciones propias de esta vida, sino realizarlas de tal modo que encuentres a Cristo y anuncies a los demás la maravilla que eso supone.

¿Cómo encontrar a Cristo?, puedes preguntarte: ¿dónde me busca Él? No es difícil la respuesta: en ti mismo, en tu interior, en tus cosas de cada día: “Las cosas, cuando se ven santamente, cuando se viven santamente…, no se convierten en cosas ‘de todos los días’. El quehacer entero de Jesucristo en esta tierra fue humano, ¡y divino!” (cfr. S. Josemaría Escrivá, Surco, 955).

Si procuras vincular a Dios cada una de tus jornadas, ofreciendo tus sacrificios, agradeciendo sus favores, recabando su ayuda, buscando el bien -material y espiritual- de tu prójimo, puedo asegurarte que el Señor te ayudará a encontrarle.

Jesús se te quedará mirando, como a aquellos primeros Apóstoles, y su mirada te dará la confianza y la fuerza para llevar a cabo cuanto Él espera de ti.