Hoja Dominical Semanal nº 3 / 22 de noviembre de 2020
Parroquia de San Antonio
Estaba Jesús haciendo oración en cierto lugar. Y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
Y Jesús le respondió:
De todas las oraciones que hace el cristiano, la más importante es el Padrenuestro, por la sencilla razón de que fue compuesta, enseñada y aconsejada por el mismo Jesucristo.
Es una oración sencilla y directa dirigida a Dios Padre para darle gloria, pedirle que venga su Reino, cuide de nosotros todos los días con su providencia y perdone nuestros pecados. Es un a modo de resumen de cuál habría de ser la vida de cualquier cristiano.
Debido a la sencillez de la oración y a ser una de las que con más frecuencia rezamos, tenemos el peligro de hacerlo de modo rutinario sin saborear la riqueza y profundidad de su contenido. Por otro lado, siendo el mismo Cristo quien nos aconsejó que así rezáramos, unió a su rezo miles de gracias que podemos conseguir.
Todos los santos la rezaron con gran devoción, desde los Primeros Apóstoles hasta nuestros días. Muchos de ellos escribieron tratados y comentarios del mismo. Son particularmente conocidos los cuatro comentarios de Santo Tomás de Aquino y el comentario de Santa Teresa de Jesús. San Ignacio de Loyola aconsejaba rezarlo meditando todas y cada una de sus palabras. Para muchos de ellos era el modo de iniciar su meditación personal e incluso de entrar en éxtasis místico.
Para darnos cuenta del inmenso valor y poder de esta oración les copio una historia real que aconteció en los tiempos de San Francisco de Asís a uno de sus frailes menores; historia que nos relata el maravilloso libro de “Las florecillas de San Francisco”.
Esta es la historia de Fray Conrado de Offida, celador admirable de la pobreza evangélica y de la regla de San Francisco. Fue por su piadosa vida y grandes méritos tan agradables a Dios, que Cristo bendito lo honró en vida y muerte con muchos milagros.
Llegando una vez como forastero al convento de Offida, le rogaron los frailes, por amor de Dios y por caridad, que amonestase a un fraile joven que allí había, el cual se portaba tan pueril, licenciosa y desordenadamente que a toda la comunidad perturbaba…
Fray Conrado, por compasión hacia el joven y por la súplica de aquellos frailes, lo llamó aparte y con ferviente caridad le dijo tan eficaces y devotas palabras que, obrando la divina gracia, cambió repentinamente, transformándose en viejo por las costumbres el que era niño, y se hizo tan obediente, benigno, solícito y devoto, tan pacífico, obsequioso y aplicado a las obras de virtud que, como antes perturbaba a toda la comunidad, así después tenía a todos contentos y edificados.
Fue Dios servido que, a poco de su conversión, muriese este joven, de lo que se dolieron mucho los frailes; y algunos días después de la muerte su alma se apareció a fray Conrado, que estaba orando devotamente delante del altar de dicho convento, y lo saludó reverentemente como a padre.
Rezó fray Conrado un Padrenuestro y Réquiem, y le dijo aquella alma:
Y habiéndolo rezado fray Conrado, dijo el alma:
Viendo fray Conrado que su oración recibía tanto alivio este alma, rezó cien Padrenuestros, y cuando los hubo concluido, le dijo ella:
Y dicho esto, desapareció.
Entonces fray Conrado con grandísima alegría consoló a los frailes, refiriéndoles por orden toda esta visión.
Cuidemos, pues, cuando recemos el Padrenuestro. Es un pequeño-gran tesoro que recibimos de Cristo, y como todo lo que recibimos de Él, imprescindible para conseguir la felicidad en la tierra y necesario para nuestra salvación eterna.