Comentario al VI Domingo del Tiempo Ordinario
Para los leprosos, según la ley de Moisés, al dolor de la enfermedad se añadía la marginación total del pueblo y ser considerados pecadores, como si la enfermedad fuera consecuencia directa de algún pecado. En los primeros pasos de vida pública, Jesús ya ha desafiado las costumbres: ha expulsado un demonio en día de sábado, se ha acercado a la suegra de Pedro y se ha hecho servir por ella, cosa muy llamativa para un rabino de su tiempo y cultura, donde la mujer no tenía ninguna importancia y más bien era oportuno evitarla. Él, al contrario, le dedica su primer milagro de curación. Ahora deja que un leproso se le acerque, que en lugar de decirle: “Soy impuro, aléjate de mí”, se arrodilla y ruega: “Si quieres, puedes limpiarme”. Jesús no pone distancia entre él y el leproso. Con un gesto cambia el planteamiento de la religión de sus ancestros: no tener fuera y lejos al pecador, sino purificarlo e incluirlo.
Los sacerdotes levitas no tienen el poder de curar la lepra: sólo certifican si está o no está la enfermedad. El leproso ya sabe que Jesús tiene este poder. Los levitas tenían sólo la capacidad de juzgar: Jesús, en cambio, purifica y cura. Ellos se alejaban. Jesús se acerca y cura. Jesús “compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero: queda limpio”. Jesús corresponde a la confianza con la compasión. “Lo despidió, encargándole severamente: No se lo digas a nadie”. Podría sorprender esta dureza después de la ternura, pero había algo importante en juego: si el leproso hablaba, Jesús habría tenido que interrumpir su predicación, porque sería sospechoso de haberse contagiado de lepra. Jesús lo trata como hace un padre con su niño pequeño, para que no ponga en peligro, con su actuar imprudente, su integridad o la de los demás. Lo despide para que no los vean juntos.
Muchas veces Jesús recomienda que no digan el bien que hace, porque divulgar la verdad no es un valor absoluto que vale siempre: depende de las circunstancias y de la oportunidad, y de la posibilidad real de que los destinatarios tengan capacidad de entender, del bien que pueda derivarse y del mal que se pueda evitar. Lo envía a los sacerdotes “para que les sirva de testimonio”, esperando que entiendan el error de su planteamiento. Pero sabía que quien se compadece, luego padece. Sufre en su carne las consecuencias de su audacia y de su amor. El leproso curado le desobedece y cuenta todo a todos; por eso Jesús debe entrar en cuarentena, en lugares desiertos, sin entrar en las ciudades. Pero van a buscarlo de todas partes. La compasión, el querer a las personas, también contraviniendo la ley de Moisés, atrae a la gente hacia él.