El primer domingo de Cuaresma nos trae la palabra de la alianza de Dios con Noé y todas las criaturas después del diluvio, y la certeza de que no habrá otro diluvio que devaste la tierra. Nos trae el arcoíris como signo divino de esta alianza. Luego, las palabras llenas de esperanza y de confianza de la primera carta de Pedro: “Queridos hermanos, Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne, pero vivificado en el Espíritu; en el Espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo”. Clima de confiada esperanza, que impregna también la narración de las tentaciones que Jesús sufre en el desierto, con la paz de la victoria sobre el tentador. Marcos no detalla las tentaciones como Mateo y como Lucas, dándonos a entender que todas fueron vencidas por Jesús.

Escribe para fieles inmersos en una sociedad pagana, y podía haber usado fácilmente tonos de condena o de temor por las tentaciones del enemigo. En cambio, el relato es sereno. Jesús es empujado al desierto por el Espíritu que reposa en él. Es tentado por Satanás, pero lo contemplamos en el desierto con bestias selváticas y ángeles que le sirven, imagen que nos recuerda las profecías mesiánicas y una armonía en la creación como la anterior al pecado de Adán, y aún más grande. Jesús, el nuevo Adán, armoniza varias dimensiones de la vida del hombre: relación con el Espíritu, lucha victoriosa con el tentador; diálogo con las criaturas terrenas y con los ángeles.

El kerigma inicial de Jesús, presentado como “El Evangelio de Dios”, está compuesto por cuatro breves frases: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio”. Las primeras hablan de Dios: el tiempo ha llegado a su plenitud con la Encarnación del Verbo y el reino de Dios está cerca, está ya aquí, pero no está todavía cumplido. Tiene necesidad de la correspondencia del hombre, especificada por las otras dos frases: convertíos y creed en el Evangelio. Convertirse, cambiar de modo de pensar, de orientación, volver a Dios, abandonar a los ídolos, cambiar de vida. Es decir, creer en el anuncio del Evangelio pide una adhesión no sólo de la mente, sino de todo el ser humano.

Si queremos imitar a Jesús, escucharlo y poner en práctica lo que enseña, estamos llamados a dejarnos llevar al desierto por el Espíritu, a resistir a las tentaciones de Satanás, a vivir en armonía con las criaturas de todo el universo, también con las angélicas. Llamadas también a convertirnos de los ídolos y creer que el tiempo se ha cumplido, que el reino de Dios está cerca, y a vivir según el evangelio de Jesús.