Hoja Dominical Semanal nº 3 / 22 de noviembre de 2020
Parroquia de San Antonio
Hace muchos años me contaron la historia de un anciano que vivía en una granja en las montañas de Mendoza (Argentina) con su joven nieto. Cada mañana, el abuelo y su nieto se sentaban a la mesa de la cocina para leer la vieja y estropeada Biblia.
Un día el nieto le preguntó:
El abuelo que escuchaba, mientras echaba carbón en la estufa, respondió:
El nieto obedeció a su abuelo, aunque toda el agua se perdió antes de que él pudiera volver a la casa.
El abuelo se rió y dijo:
Esta vez el niño corrió todo lo que pudo, pero de nuevo el canasto estaba vacío antes de que llegara a la casa. Casi sin respiración, le dijo a su abuelo:
Pero el anciano dijo:
El anciano salió, para ver lo que hacía su nieto. El niño sabía que era imposible, pero quería demostrar a su abuelo que, aun cuando corriese tan rápido como podía, el agua se saldría antes de que llegase a la casa.
Al llegar de nuevo con el canasto vacío, dijo:
– ¡Mira abuelo, es inútil!
– ¿Por qué piensas que es inútil? le preguntó el anciano. Mira dentro del canasto, ¿no ves algo diferente?
El niño miró el canasto y no vio nada especial, pero de pronto se dio cuenta de que, en lugar de estar sucio y lleno de restos de carbón, estaba muy limpio.
Este cuento resume muy bien una bienaventuranza que nos enseñó Jesucristo: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5:8). Sólo los que tienen el corazón limpio son capaces de entender a Dios, comprender sus razones y llegar a “verlo”, de modo incipiente aquí en la tierra, pero luego, de modo pleno y completo, allá en los cielos.