Hoja Dominical Semanal nº 3 / 22 de noviembre de 2020
Parroquia de San Antonio
Érase una vez un niño, Francisco de nombre, que todas las tardes, cuando su madre se iba al trabajo, se quedaba en casa de su abuelo. Al abuelo le servía de distracción y entretenimiento, pues hacía años que su mujer había muerto y desde entonces vivía solo con sus recuerdos.
Uno de esos días, se encontró al abuelo escribiendo una carta a un viejo amigo que vivía en Bilbao y con quien había hecho la mili en Pontevedra por los años setenta.
El niño se acercó al abuelo y le dio un beso:
El abuelo, que estaba concentrado escribiendo la carta a su amigo, se limitó a devolver el beso y a asentir con la cabeza sin dejar el lápiz que tenía en las manos.
Pocos minutos después, y ante el poco caso que el abuelo le hacía, el niño le preguntó:
El abuelo dejó de escribir, sonrió y dijo al nieto:
El niño miró el lápiz, intrigado, y no vio nada de especial.
El abuelo, dejando a un lado la carta que estaba escribiendo a su amigo, y no queriendo perder la oportunidad que se le brindaba en bandeja de transmitir un poco de su sabiduría, le dijo a su nieto:
Acabada la lección, Francisco se quedó mirando al lápiz y pensando:
Cuando su madre vino a recogerle pasadas las nueve de la noche, Francisco se despidió de su abuelo con un tremendo abrazo, con la cartera del cole en el hombro y enseñando el lápiz a su madre dispuesto a explicarle en su camino de vuelta a casa, la misteriosa lección que su abuelo le había enseñado esa tarde.