Comentario al Domingo de Ramos
- Bendición de Ramos al inicio de todas las misas
En la casa de Simón el fariseo, en Betania, una mujer rompe el frasco de alabastro lleno de nardo precioso y vierte el perfume sobre la cabeza de Jesús. A las críticas sobre el desperdicio de dinero, Jesús responde con una alabanza única: “Donde quiera que se predique el Evangelio, en todo el mundo, también lo que ella ha hecho se contará en memoria suya”. También unos hombres anónimos le reconfortan: los discípulos que se interesan por dónde preparar la Pascua; los dos que Jesús envía a la ciudad; un hombre con un ánfora de agua; el propietario de la casa donde irá. Hombres amigos en aquella hora tremenda.
Entre la mujer y esos hombres, Marcos nombra a Judas, que va a traicionarlo, y su motivación queda un misterio. Jesús lo revela a los suyos, en la cena de la Pascua, antes de donarles su cuerpo y su sangre. La primera Eucaristía está entre la profecía de la traición de Judas y la de la negación de Pedro. Cielo y tierra se mezclan. La oración de Getsemaní, “Abbà, Padre”, se oye en el silencio del sueño de Pedro, Santiago y Juan, que no son capaces de velar ni siquiera una hora para sostener a Jesús, y continúan durmiendo, aunque él les despierte y anime. Llega Judas en la noche con los esbirros armados y, como es típico de los traidores, manifiesta afecto al traicionado, con un beso. Captura, proceso sumario, testigos que mezclan lo verdadero con lo falso, y la luz de la declaración de Jesús ante la pregunta: “¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?”, “Yo soy”. Le arrebatan las vestiduras, le condenan a muerte. Escupitajos, golpes, bofetones. Pedro está en el patio y una joven empleada, única figura femenina negativa de toda la pasión de Jesús, le provoca y él cae, y niega conocerlo. Mientras tanto, el gallo canta. Llanto de Pedro.
Pilatos sabe que es por envidia, pero no es capaz de oponerse a la turba. Lo intenta con la costumbre de liberar a un encarcelado durante la Pascua, pero la multitud, que pronto será liberada por la cruz de Cristo, elige a Barrabás y condena a Jesús. Los soldados añaden flagelos, corona de espinas, clavos en sus manos y en sus pies, vestiduras divididas a suerte. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Un fuerte grito y Jesús muere. Se rompe el velo del templo, ya no sirve. La luz de la fe alumbra al centurión pagano, primero entre todos: “En verdad este hombre era hijo de Dios”. María Magdalena, María madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, junto a otras muchas mujeres, observan de lejos. José de Arimatea pide su cuerpo a Pilatos, lo desclavan de la cruz y lo colocan en una sábana nueva y en un sepulcro excavado en la roca. Jesús atraviesa también esta experiencia humana, y se prepara para vencerla definitivamente.