Comentario al Domingo V de Pascua
Los primeros dos que siguieron a Jesús le preguntaron: “Rabbí, ¿dónde moras?”. Traducimos como morar el griego menein, en latín, manere. “Les respondió: venid y veréis”. Querían saber dónde moraba porque querían vivir con él. Cuando les dice “venid y veréis”, podemos entender que se refería también a los tres años juntos, durante los cuales les revelaría los lugares importantes de su morada: dónde podrían encontrarle y habitar con él. Encontramos esos lugares siguiendo el verbo menein, morar, muy importante en el cuarto evangelio.
La primera morada revelada: después de que la samaritana cuenta que ha encontrado al mesías, “los samaritanos llegaron adonde estaba él, le pidieron que morara con ellos. Y se quedó allí dos días”. Jesús mora entre los herejes y los pecadores.
En el discurso sobre el pan de vida, Jesús dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre mora en mí yo en él”. Jesús mora en quien come su carne y bebe su sangre. En el capítulo octavo: “Decía Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros moráis en mi palabra, sois en verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Jesús habita en su palabra y nos pide que la elijamos como nuestra morada. En los diálogos de la última cena, después de la pregunta de Felipe sobre el Padre: “Las palabras que yo os digo no las hablo por mí mismo. El Padre que mora en mí realiza sus obras”. El Padre mora en Jesús y Jesús en el Padre. Más adelante: “Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que more con vosotros siempre. Vosotros le conocéis porque mora a vuestro lado y está con vosotros”. El Espíritu Santo mora en nosotros. “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”. También el Padre y el Hijo, es decir, toda la Trinidad, habita en nosotros.
En el discurso de la vid y los sarmientos, el verbo morar está muy presente: “Morad en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no mora en la vid, así tampoco vosotros si no moráis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que mora en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no mora en mí es arrojado fuera, como los sarmientos, y se seca; luego los recogen, los arrojan al fuego y arden. Si moráis en mí y mis palabras moran en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá”.
Los primeros discípulos habían hecho la pregunta justa, y Jesús, a lo largo de aquellos años, responde de un modo inimaginable para ellos. La principal morada de Jesús es en nosotros, y con los pecadores, y nosotros moramos en él. A través de su carne y de su sangre. A través de su palabra. A través de su amor.