Comentario a la solemnidad de Pentecostés
Los apóstoles, los discípulos y las mujeres que seguían a Jesús con María, su madre, están reunidos en un mismo lugar, para esperar la potencia del Espíritu Santo. El estar unidos, la oración común, la intimidad de una casa, facilita la llegada del Espíritu Santo. Efrén el Sirio, en una homilía del día de Pentecostés, imagina al colegio de los apóstoles “como antorchas a la espera de ser iluminadas por el Espíritu Santo para iluminar con su enseñanza a la creación entera”. Los imagina como seno a la espera de ser fecundado, “como marineros cuya barca está anclada en el puerto del Hijo y que espera recibir la brisa del Espíritu”. La fantasía del Espíritu elige unir su llegada al viento impetuoso, al fuego y a la palabra. Se cumple la profecía del Bautista: “Él os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego”, aunque de modos y en tiempos distintos a como él pensaba.
La casa, la Iglesia y cada uno de nosotros es llenada por el Espíritu. Una casa: el Espíritu llega en la normalidad. No tiene necesidad del templo. Saulo lo recibirá en la casa de Judas, de las manos de Ananías. El Espíritu habla con Pedro sobre la terraza de la casa de Jaffa. Con las palabras de Pedro, descenderá en la casa de Cornelio, centurión pagano, en Cesarea. En Éfeso, en una casa o en campo abierto, baja sobre doce discípulos que no lo conocían, por las manos de Pablo. Los enciende con su fuego, con su viento los desperdiga por el mundo, con su inspiración les dona la palabra con la que anunciarán el Evangelio.
De las cinco promesas del “otro Consolador” que hay en el cuarto evangelio, hoy leemos dos. Jesús lo llama “El Espíritu de la verdad”, no la verdad lógica o metafísica del mundo griego, sino la verdad que es sinónimo de Evangelio, que es Jesús mismo. De esta verdad viva, el Espíritu será “testigo” y ayudará a los discípulos a serlo, delante del tribunal del mundo y de la historia. Tanto, que no deberán temer si son entregados a los sanedrines o sinagogas, gobernadores o reyes: “Cuando os conduzcan para entregaros, no os preocupéis de lo que habéis de decir, más bien decid lo que en ese momento os será dado: porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo”. Él “os llevará a la verdad completa”, porque no podríamos cargar con el peso de las muchas cosas que Jesús nos debería decir.
Es el Espíritu quien guía a la Iglesia a lo largo de la historia a profundizar en el misterio de Cristo y de su Evangelio. No es otra revelación, porque “tomará de lo que es mío y os lo anunciará”, sino una nueva comprensión. Es el camino que hace también cada discípulo: Jesús a Pedro le dice “tú no entiendes ahora, lo entenderás luego”, “ahora no puedes seguirme, pero me seguirás más tarde”.