“Mientras comían”. Comer juntos es realmente importante para nuestro Dios. Las cosas importantes, Jesús las hace en la mesa, los discursos más conmovedores, los milagros más amados. En el momento de la unidad, de la intimidad, de la familiaridad del amor. “Tomó el pan”. Cada gesto queda fijado para siempre en la memoria de los discípulos, y pasa a la memoria de la Iglesia y de la liturgia. Jesús toma el pan con la fuerza de su voluntad divina que espera hace milenios este momento, con el deseo de su voluntad humana que anhela esta hora. Apunta a ser una sola cosa con nosotros, a lo largo de la historia. De tú a tú con cada uno. Toma en sus manos su vida para ofrecérnosla del todo. “Lo partió”. Partió el pan con sus manos. Quiere que su cuerpo inmolado se convierta en alimento divino para todos. Que sea multiplicado y distribuido. Que por un único pan nos convirtamos en un solo cuerpo. “Se lo dio”. Jesús da el pan a los suyos: darse es el gesto supremo.

Siempre se había dado, nunca se echó para atrás. Disponible para ir de una parte a la otra de aquellas tierras, de aquel lago. A escuchar y a explicar. Ahora se vuelve a dar, de un modo nuevo. El don de Jesús nos pide y nos prepara para el don de nosotros mismo. “Tomad”. Se ofrece y se regala a sí mismo, pero pide que nosotros lo tomemos. Se adelantan pensativos, emocionados. Es el don de Dios, su gracia, pero es necesaria la correspondencia humana. Tomar aquel alimento que Jesús nos ofrece, su pan que es su cuerpo por nosotros, para hacernos uno con él.

En la fiesta del Corpus Christi ponemos más la atención en la segunda parte de la frase de Jesús: “este es mi cuerpo”, “esta es mi sangre”, en la presencia real de Jesús en la Eucaristía, pero nos sorprende que la atención de Jesús está, en cambio, en la primera parte de la frase, o sea, en nosotros. Él está inclinada hacia nosotros. En su corazón estamos, sobre todo, nosotros: “¡Tomad!. Según Marcos, primero ofrece el cáliz y ellos beben, y sólo después dice: esta es mi sangre.

El deseo de Jesús de donarse y de venir a nosotros es grande: tomad, bebed. Casi es secundario el extraordinario milagro de la Transubstanciación. Lo que cuenta es el amor y deseo de unión, el resto es consecuencia para él que lo puede todo. Hoy y en otras ocasiones, en la Iglesia adoramos, rezamos, llevamos en procesión el cuerpo de Cristo, lo hacemos con alegría y con fe, con gratitud.

Pero para Él, viene sobre todo a nutrirnos de sí, a convertirse en parte de nosotros, en alimento que nos sostiene mientras vivimos su vida en medio del mundo y, por tanto, que podemos llevar, con nuestra vida, al mundo.