Jeremías relata la indignación de Dios por los “pastores que dispersan y dejan que se pierdan las ovejas de mi rebaño”. A estos pastores, que son reyes, les promete castigo: “Vosotros dispersasteis mis ovejas y las dejasteis ir sin preocuparos de ellas. Así que voy a pediros cuentas por la maldad de vuestras acciones”. Ante la iniquidad de quienes se suponía que debían pastorear a su pueblo según el designio de Dios, él promete intervenir para recoger directamente a sus ovejas y darles pastores adecuados. La profecía de Jeremías (“Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que daré a David un vástago legítimo: reinará como monarca prudente, con justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y le pondrán este nombre: El-Señor-nuestra-justicia”) se cumple con la Encarnación y sirve hoy para introducir la lectura del pasaje de Marcos en el que se cuenta el regreso de los discípulos, enviados de dos en dos a evangelizar.

En la sencillez del Evangelio se respira la frescura de esos momentos en los que los discípulos sienten la necesidad de contarle a Jesús “todo lo que habían hecho y enseñado”. Jesús lo entiende mejor que ellos, que han acumulado fatiga física y emocional, y los invita a retirarse con él en un lugar apartado, para descansar. Les enseña a ellos y a nosotros el valor del descanso, el valor de relativizar las obras, incluso la de la evangelización, que no debe ser un absoluto y ocupar el lugar de Dios. “Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían tiempo para comer”. Les enseña la capacidad de desprenderse de la pastoral, de regenerarse en el diálogo con él y en la comunicación fraterna, la bondad de buscar tiempos y lugares de descanso. De quedarse, alguna vez, “ellos solos”.

Jesús enseña tanto con gestos y decisiones como con palabras. Sus apóstoles aprenden y recuerdan. Luego, a lo largo de la historia de la Iglesia, se meditan esos pequeños y significativos detalles de los hechos vividos y contados por el Evangelio, que son un lugar de revelación. Incluso el hecho de que ese intento de descanso no se lleve a cabo habrá hecho sonreír a generaciones de fieles y pastores de la Iglesia durante dos milenios. Esa multitud que busca al Maestro, tan increíblemente rápida y perspicaz, llega incluso antes que el bote al lugar donde soñaron con un “desierto” para descansar. En esa compasión de Jesús, que siempre nos conmueve, por esas “ovejas que no tienen pastor”. Marcos dice sólo de Jesús, en singular, que “comenzó a enseñarles muchas cosas”. De esta forma, deja descansar un rato a sus apóstoles, no como habían programado, estando a solas con él, sino escuchando fascinados, mezclados con la multitud.