Un viejo ermitaño, una de esas personas que por amor a Dios se retiran a la soledad del desierto, del bosque o de las montañas para dedicarse a la oración y a la penitencia, se quejaba a menudo de que tenía demasiado trabajo.

Un día una de las personas que le visitó le preguntó:

  • ¿Cómo es posible que tenga tanto trabajo si está solo en medio de la nada?

El ermitaño contestó:

  • Tengo que adiestrar a dos halcones, entrenar a dos águilas, mantener quietos a dos conejos, vigilar una serpiente, cargar un asno y domar un león.

El visitante miró alrededor esperando ver algunos animales, pero no vio a ninguno.

  • ¿Y dónde están todos estos animales? Preguntó.

Entonces el ermitaño le dio una explicación que enseguida comprendió:

–        Estos animales, están en nosotros:

  • Los dos halcones, que son mis ojos, se lanzan sobre toda presa, sea buena o mala.
  • Las dos águilas, que con sus garras hieren y destrozan, son mis manos y tengo que entrenarlas para que se dediquen a servir a los demás y para que ayuden sin herir.
  • Los conejos, que son mis pies, siempre quieren ir a donde les plazca y esquivar las cosas difíciles y tengo que enseñarles a estar quietos, aunque haya sufrimientos o problemas.
  • Aunque es más difícil vigilar a la serpiente, que es mi lengua, porque, aunque se encuentra encerrada en una jaula de treinta y dos barrotes, apenas se abre la puerta, siempre está lista para morder y envenenar a todos. Si no la vigilo puede hacer mucho daño.
  • El burro es muy obstinado, nunca quiere cumplir con su deber. Es mi cuerpo que siempre está cansado y al que le cuesta muchísimo asumir y llevar las cargas de cada día.
  • Necesito domar al león que llevo dentro y que es mi corazón. Él quiere ser el rey, quiere ser siempre el primero, es muy vanidoso y orgulloso.
  • Aunque al que más miedo le tengo es al tigre; es mi carácter. A poco que me descuide ya está atacando a alguien.

¿Te das ahora cuenta del gran trabajo que tengo?

Cada uno de nosotros ha de procurar tener todas estas fieras, y probablemente alguna más, bajo control. Nuestro amigo de la historia vivía en medio del desierto, pero nosotros vivimos dentro de una familia, trabajamos con compañeros, jugamos con amigos; en una palabra, hay muchas oportunidades para que las “fieras” que llevamos dentro salgan y hagan daño. Hay personas que acuden al psicólogo para que les ayude a dominarlas, lo cual no está mal, pero la psicología es insuficiente si falta la clave: el amor. Como nos dice San Pablo:

“Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga queja contra otro; como el Señor os ha perdonado, hacedlo así también vosotros.  Sobre todo, revestíos con la caridad, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo se adueñe de vuestros corazones: a ella habéis sido llamados en un solo cuerpo. Y sed agradecidos” (Col 3: 12-15).