Hoja Dominical Semanal nº 3 / 22 de noviembre de 2020
Parroquia de San Antonio
Un misionero colaboraba como médico de un pequeño hospital de campaña en Somalia. Muchas veces, tenía que trasladarse en su bicicleta a través de la jungla hacia el poblado más cercano para recoger los medicamentos y el dinero que le eran enviados desde los Estados Unidos. El viaje duraba dos días, así que tenía que acampar una noche en medio de la jungla. Ya había hecho este recorrido en muchas ocasiones y, aunque nunca había tenido ningún problema serio, siempre era una pequeña aventura no ausente de riesgos.
En uno de sus viajes, antes del anochecer del primer día, encontró a dos hombres que peleaban fuertemente. Uno de ellos huyó y el otro quedó tendido en el suelo seriamente herido. Cuando se dio cuenta, acudió para hacerle una primera cura y luego llevarlo al poblado donde vivía este pobre hombre.
Semanas después, en su siguiente viaje, estaba llegando a la ciudad para recoger el envío, cuando se le acercó aquel hombre que él había curado y le dijo:
Escuchando, el misionero le dijo al hombre riendo:
El hombre le corrigió e insistió en lo que vio:
Cuando regresábamos a nuestro poblado, yo, que era el que lo había planeado todo, me separé del grupo, y fue entonces que uno de ellos me atacó como castigo por haberles hecho perder su tiempo y no haber conseguido nada. Fue entonces cuando usted me encontró, vio huir al que me golpeó y vino en mi ayuda. Espero que usted me pueda perdonar.
Varios meses después, ya de vuelta en su ciudad natal, el misionero asistió a una celebración dominical en una iglesia en Detroit donde les contó sus experiencias en África, incluyendo la historia de los dieciséis guardias que estuvieron con él mientras acampaba. Y les dijo:
Uno de los asistentes de la comunidad, se puso de pie e interrumpió al misionero y le dijo algo que dejó a todos atónitos:
Inmediatamente después, este hombre les pidió a todos los que habían orado por él ese día que se pusieran de pie. Uno a uno se fueron levantando; al contar el misionero cuántos se habían puesto de pie, sumaban un total de dieciséis hombres. Toda la comunidad quedó enmudecida por un largo rato, pues comprobaron la eficacia de la oración.
Siempre se nos ha hablado del poder de la oración, pero qué pocos cristianos se dan cuenta que eso no es una frase. Si Jesucristo nos prometió que nos daría lo que pidiéramos en su nombre (Mt 7:7), ¿acaso podemos dudar de su promesa? O cuando el mismo Cristo nos dijo: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18:20). Él mismo nos enseña también: “Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis” (Mc 11:24). Nunca dudemos del poder de la oración. La oración, como nos decía San Agustín es “la fuerza del hombre y la debilidad de Dios”.