Cuentos con moraleja: “El arte de decir las cosas”
Una sabia y conocida anécdota árabe dice que, en una ocasión, un sultán soñó que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó a llamar a un adivino para que interpretase su sueño.
– ¡Qué desgracia, mi señor! – exclamó el adivino.
– Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de vuestra majestad.
– ¡Qué insolencia! – gritó el sultán enfurecido.
– ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera! ¡Fuera de aquí!
Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos.
Más tarde ordenó que le trajesen a otro adivino y le contó lo que había soñado. Éste, después de escuchar al sultán con atención, le dijo:
– ¡Excelso señor! ¡Gran felicidad os ha sido reservada! El sueño significa que sobreviviréis a todos vuestros parientes
Se iluminó el semblante del sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro.
Cuando éste salía del palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:
– ¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer adivino. No entiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.
– Recuerda bien, amigo mío- respondió el segundo adivino- que mucho depende de la forma en el decir.
Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación de esto no cabe duda, mas la forma con que debe ser comunicada es lo que provoca en algunos casos grandes problemas. La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero, si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado.
¡Cuántos problemas podríamos haber evitado si hubiéramos sido un poco más cuidadosos con nuestras expresiones! Aunque siguiendo a nuestro segundo adivino pensemos mejor en positivo. ¡Cuántos problemas hemos solucionado por haber sabido elegir las palabras adecuadas en un momento difícil! Esto es más que un arte o una habilidad; en realidad es una manifestación de cariño. Si nos amáramos más, nunca nos engañaríamos; pero, al elegir las palabras para corregir, haríamos como Jesús con Pedro: “Pedro, ¿me amas más que éstos?” El Señor bien le habría podido decir: “Pedro, ¿me vas a negar de nuevo?”. Gracias a ello obtuvo una triple confesión de amor. Hagamos nosotros también lo mismo.