Comentario al XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Admiraba el color del cielo al amanecer y al atardecer, el centelleo de la luna y las estrellas en la noche, el color de ojos de los seres queridos. Podía mirar a la tierra que pisaba y medía los objetos que trabajaba con sus manos. Luego, la enfermedad ocular progresiva le quitó a Bartimeo colores, perspectiva, belleza de las criaturas. Ya no podía ganarse el pan, se vio obligado a mendigar. Todo el día sentado al lado de ese camino que va de Jericó a Jerusalén. Escuchando noticias que llegaban a través de la ruta. Oyó hablar de Jesús Nazareno que devolvía la vista a los ciegos, como decían las profecías sobre el Mesías. Su padre Timeo le animaba: “Pasará por aquí para ir a Jerusalén. Ya verás: cita a menudo a Jericó en sus parábolas. Le pedirás que te sane. Es el Hijo de David, el Mesías. Muchos querrán verle y escucharle. No dejes que se te escape”.
Había desarrollado oídos muy finos. Se da cuenta enseguida de esa multitud que gritaba, y le saltó el corazón: ¿quién viene, quién es? ¡Es Jesús de Nazaret! Bartimeo empieza a gritar con toda la fuerza de esos años de tinieblas. Grita su necesidad, su pobreza unida a la fe en Jesús. En los meses de espera oraba así: “Señor del cielo y de la tierra, me has regalado la vista y me la has quitado; si es para que sepamos que ha llegado tu Mesías, te prometo que, si me sana, le seguiré hasta el fin del mundo”. Ese deseo otorga una fuerza incontenible a su voz. Los que rodean a Jesús y se encargan de la seguridad del Maestro dan órdenes a los que se agolpan. Para intentar detener el ruido que hace, lo regañan: estás ciego y habrá una razón, ¡quédate agachado mendigando! No recuerdan que Jesús vino por los pecadores y que devolvió la vista a muchos ciegos.
Son ellos los primeros ciegos a los que Jesús sana, diciéndoles: llamadle. Ante esas palabras cambian la forma de mirarle e intentan imitar al Maestro: “¡Ánimo!”. Le dicen: “¡Levántate, te llama!”. Esa llamada y la oportunidad de hablar con Jesús lanzan de pie a Bartimeo, de un salto. No importa si echa a volar el manto. Corre hacia Jesús en la noche de sus ojos. Y el Maestro le anticipa: ¿qué quieres que te haga? Para Jesús es importante el deseo y la oración de Bartimeo. Se callan los muchos que le dijeron al ciego que se callara. Bartimeo responde: ¡Maestro mío, que vuelva a ver! Jesús ve la luz de la fe en su corazón y la recompensa. ¡Anda, tu fe te ha salvado! Los ojos del Maestro y su sonrisa son las primeras cosas que miran sus ojos nuevos. Los colores vuelven a brillar. Jesús no le ha invitado a seguirle, le ha dicho: vete, eres libre de volver a tu vida de antaño. Pero Bartimeo, fiel a su promesa, le sigue por la calle lleno de alegría.