Una de las cosas que más le cuesta al hombre de hoy, ensoberbecido como está por los grandes logros de la ciencia y de la técnica, es reconocer que es una criatura y que Dios es su creador. Esta actitud soberbia del hombre hace que haya perdido el sentido de la virtud de la religión, y sus relaciones con Dios ya no se hagan desde una actitud humilde, sino de igual a igual. Sí es verdad que el Señor nos dijo “ya no os llamo siervos, sino amigos”; pero de ahí a eliminar el respeto a lo sagrado y el sentido de que somos sus criaturas va mucho trecho.

Hasta hace unos cincuenta años, cuando la misa se celebraba sólo en latín y gran parte de la misa había que estar de rodillas, mantener esa posición nos ayudaba a reconocer que Dios era nuestro Señor y que de Él recibíamos todo lo que teníamos. Ahora, con la misa del Novus Ordo, donde se reduce la postura de rodillas a unos breves minutos durante la consagración, ese sentido de respeto a Dios se ha perdido bastante. Y no digamos, como ya está ocurriendo en muchas iglesias, cuando ni en el momento de la consagración los fieles se arrodillan, pues creen que eso es rebajarse y que no tienen por qué ponerse de rodillas ante nadie.

Esta forma de pensar y de vivir moderna le ha llevado al hombre actual a creer que es él quien controla todo lo que le ocurre, es autónomo en sus leyes, no depende de nadie y no tendrá que dar cuentas de sus acciones cuando la vida llegue a su fin.

Afortunadamente Dios es mucho más sabio, paciente y amoroso que nosotros, y a unos y a otros, a lo largo de nuestra vida, nos enseña en multitud de ocasiones quién es el que manda, ya sea una enfermedad grave, un accidente, la pérdida de un ser querido, etc… La actitud de muchas personas es la de no quererse dar cuenta de estos avisos que Dios nos envía y preferir seguir viviendo de espaldas a Dios; pero hay personas que a través del sufrimiento de la vida descubren a Dios por primera vez o vuelven a Él después de muchos años de lejanía.

¡Cuánto nos cuesta a los hombres darnos cuenta de que le hemos de dejar a Dios guiar nuestros pasos! ¡Cuántas veces pensamos que Dios es demasiado “duro” y “estricto” con sus normas! Si fuéramos realmente inteligentes –y también humildes-, nos daríamos cuenta de que los caminos de Dios, aunque a veces puedan parecer duros, empinados e incluso torcido, son los mejores.

Hace unos días, una persona, que acababa de descubrir a Dios después de muchos años en la oscuridad, me contaba una sencilla historia, que, a modo de cuento, le había venido a su mente como una inspiración mientras rezaba de rodillas ante el Santísimo.

Cuando yo era pequeño, mi mamá solía coser mucho. Yo me sentaba a sus pies y la observaba mientras ella bordaba. Al observar lo que hacía, desde una posición más baja, siempre le decía que lo que estaba haciendo me parecía muy raro y complicado. Ella me sonreía, me miraba y gentilmente me decía:

  • Hijo, ve afuera a jugar un rato y cuando haya terminado mi bordado te pondré sobre mi regazo y te lo dejaré ver como yo lo veo.

Yo no entendía por qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros y por qué me parecían tan desordenados, pero unos minutos más tarde mi mamá me llamaba y me decía:

  • Hijo, ven y siéntate en mi regazo.

Al hacerlo, yo me sorprendía y emocionaba al ver la hermosa flor o el bello atardecer en el bordado. No podía creerlo; desde abajo no se veía nada, todo era confuso. Entonces mi madre me decía:

  • ¿Lo ves, hijo mío? Desde abajo todo lo veías confuso y desordenado y no te dabas cuenta de que arriba había un orden y un diseño. Cuando lo miras desde mi posición, sabes lo que estoy haciendo.

Este a modo de cuento es algo que nos ha pasado a todos. Cuando vemos nuestra vida desde abajo nos es difícil aceptar que Dios esté haciendo una obra maestra. ¡En cuántas ocasiones hemos tenido también nosotros una conversación como ésta!:

  • Padre, ¿qué estás haciendo? No entiendo nada.
  • Querido hijo, estoy bordando tu vida.
  • Pero se ve todo tan confuso y desordenado, los hilos parecen tan liados.
  • Hijo, ocúpate de tu trabajo y no quieras hacer el mío. Un día te traeré al cielo y te pondré sobre mi regazo y verás desde mi posición. Entonces entenderás.

Cuando veas tu bordado desde abajo, todo confuso y desmarañado, no te desanimes; mírale mejor a la cara y Él sabrá transmitirte confianza, pues sus ojos te dirán: “¡Déjame obrar, pues sé lo que estoy haciendo!” Hagamos como dice la canción: “Deja que Dios sea Dios”

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Este artículo-cuento que está interpretado según una clave individual adquiere una nueva dimensión si lo vemos desde un punto de vista “eclesial”. Imaginémonos sólo por un segundo que son los hombres los que vemos el bordado que la Jerarquía –bordando desde arriba y en nombre de Dios- hace con su Iglesia. Es normal que no terminemos de “ver claro y bonito” lo que está haciendo. A nuestros ojos parece todo enmarañado; pero, desde arriba, desde la posición desde donde Dios mira, todo es correcto y bello. Lo malo es cuando parte de la Jerarquía se pone a mirar el bordado desde abajo y desde esa posición pretende hacerle ver a Dios que está equivocado y que ha de cambiar las leyes que Él nos dio.

Así pues, como nos decía la canción: “Dejemos que Dios sea Dios” y recemos para que la Jerarquía deje de mirar desde abajo y adopte su propia posición, junto a Dios, y, desde allí, iluminar a todos los hombres.