Comentario al XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
Jesús enseñaba en el templo y “una inmensa muchedumbre le escuchaba con gusto” (Mc 12, 37). Para ayudar a sus oyentes a huir de la hipocresía de comportamientos falsos que no corresponden al corazón, en particular en la relación con Dios, habla de los escribas. Varios podían verse caminando con túnicas largas en el patio del templo. Los retrata externa e internamente: les encanta recibir saludos en las plazas, tener los primeros asientos en las sinagogas y en los banquetes. Pero devoran las casas de las viudas, que estaban entre las personas más pobres e indefensas. Rezan largamente sólo para ser vistos. No buscan a Dios, sino a su propia fama y poder. Alejaos de ellos, no les imitéis.
Después, Jesús se sienta. Es el gesto de un rey en su trono y del juez que ejerce su juicio. Y mira a la gente que arroja monedas para el templo. En el primer gran atrio, llamado “el patio de las mujeres”, había trece cajas para recaudar los distintos tipos de impuestos debidos al santuario. Jesús observa “cómo” la multitud arroja dinero, dice Marcos. Observa la modalidad externa y también la interior, leyendo en el corazón y conociendo la vida de cada uno. El “cómo” interior: ¿echa dinero para ser visto, o por el verdadero amor de Dios y su adoración? En el “cómo” también está incluido el “cuánto”. Ve que muchos ricos echan mucho dinero. Luego ve a una mujer que, casi en secreto, quizá por vergüenza, arroja sólo dos monedas. Marcos explica a sus lectores romanos que esos dos centavos equivalen a un “cuadrante”, una moneda romana de bronce, pequeña y de poco valor, sin la efigie de emperadores: se llamaba así porque equivalía a un cuarto del “as”. Por la lista de precios de las tabernas de Pompeya sabemos que con un as se podía comprar medio kilo de pan: podría tener el valor de un euro y medio de hoy. Así que las dos monedas de la viuda corresponden a dos monedas de veinte céntimos de euro actuales.
Llama a sus discípulos, distraídos, para señalarles a esa pobre mujer y explicarles el valor de su ofrenda. Ella, dice literalmente Jesús en el griego de Marcos, “de su pobreza echó todo lo que tenía, toda su vida”. Jesús encontró a la viuda de Naín y le devolvió su hijo, que era toda su vida. María, su madre viuda, en el Calvario ofrecerá la vida del hijo, que era toda su vida. María, su madre viuda, en el Calvario ofrecerá la vida del hijo, que era toda su vida, a Dios Padre. Y el Padre le devolverá el Hijo resucitado. La viuda de Sarepta dio su último aceite y la última harina, toda su vida, al profeta Elías, y Dios se lo multiplicó hasta el final de la hambruna. Jesús habrá hecho algo también por la viuda del templo. Dios quiere que cada uno de nosotros, sus discípulos, aprendamos de la viuda a dar toda la vida, y de Jesús a valorar los gestos de las criaturas según Su mirada.