Cuentos con moraleja: “Yo sé de quién me he fiado”
En medio de tantas preocupaciones, frustraciones, sinsabores, fracasos…, que tenemos que superar diariamente, es fácil dejar de mirar al cielo y caer sin darnos cuenta en el desencanto e incluso en la desesperación. Es difícil ver la mano de Dios en lo que parece una desgracia. A pesar de todo, tenemos que confiar en Él y seguir adelante. Nunca desmayemos, pues Dios sabe escribir derecho con renglones torcidos.
Permíteme que te cuente una historia sencilla que refleja el cuidado que Dios tiene de los que le aman, a pesar de que a primera vista pudiera parecer todo lo contrario.
Hace ya muchos años, un barco mercante que iba desde el puerto de Guayaquil a las islas Galápagos, como consecuencia de una imprudencia de su capitán, chocó contra unos de los arrecifes que se encontró en el camino. Después de varios días de gran esfuerzo por mantener el barco a flote, el gran oleaje y la poca pericia de los tripulantes terminaron por hundirlo. A pesar de que doce hombres saltaron al agua, el mal estado de los botes salvavidas y la falta de agua y alimento hicieron que sólo uno de ellos fuera capaz de llegar a las costas de una misteriosa isla.
Pocas semanas después, nuestro pequeño Robinson ya se había repuesto. El hambre y la necesidad le habían despertado el instinto de supervivencia, por lo que no le costó mucho encontrar algunas frutas y lo más necesario para su diario sustento. Un pequeño arroyo lo proveía de agua para beber, y con palos de algunos árboles muertos y ramas secas se fabricó una choza para protegerse del fuerte sol y de las lluvias abundantes.
Todos los días oraba fervientemente pidiendo a Dios que alguien lo rescatara. Por la mañana, con las primeras luces, se subía a una atalaya que había en un extremo de la isla y revisaba el horizonte buscando ayuda. En varias ocasiones recorrió la pequeña isla de uno al otro extremo, pero no encontró el más mínimo rastro de que alguien hubiera habitado allí en los últimos años.
Conforme pasaron los meses, la soledad y el silencio comenzaron a apoderarse de él. Tenía que hacer grandes esfuerzos para no desesperarse y, lo que es peor, para no cometer una barbaridad. ¡Era tan fácil poner fin a sus sufrimientos!
Un día, después de haber subido a un cocotero buscando algo de fruta y haberse pasado unas horas en la orilla recogiendo el pescado que había caído en una trampa que él mismo había improvisado, regresó a su “mansión” y encontró la pequeña choza en llamas. El humo subía hacia el cielo. Todo su esfuerzo de meses había ardido. En ese momento se sintió morir. Él, confundido y enojado con Dios, en medio de lágrimas le decía:
- ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Por qué has permitido esta desgracia? ¿Y ahora qué va a ser de mí?
El agotamiento y la desesperación pudieron con él. No teniendo dónde guarecerse esa noche, no le quedó más remedio que dormir sobre la arena de la playa. Al siguiente día, muy temprano, escuchó asombrado el sonido de un barco que se aproximaba a la isla. Pocos minutos después una barquita de remos se acercaba donde él estaba. ¡Al fin, venían a rescatarlo!
Cuando tuvo frente a sí a los marineros, les preguntó:
- ¿Cómo sabían que yo estaba aquí?
Y sus rescatadores contestaron:
- Vimos las señales de humo que nos hiciste.
…………
Es fácil enojarse cuando las cosas van mal, pero nunca debemos dejar de confiar en Dios. Sigamos rezando, nunca le abandonemos porque Dios está preparando algo bueno para nuestras vidas. Aún en medio de lo que reconocemos como penas y sufrimientos, Dios sabe mandarnos a su ángel de la guarda.
Recuerda, la próxima vez que tu pequeña choza se queme…. puede ser simplemente una señal de humo que parte del AMOR de DIOS. Ante todas las cosas malas que nos ocurren, digámonos a nosotros mismos: DIOS TIENE UNA RAZÓN PARA TODO ELLO. Medita estas frases tomadas del Evangelio; ellas contienen una profunda y práctica enseñanza de Cristo para poder cargar con alegría la cruz de cada día.
“Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rom 8:28).
“¡Pedid y se os dará!” (Mt 7:7) “Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado” (Jn 16:24).
La virtud de la esperanza se demuestra cuando las esperanzas humanas ya han fracasado, y en cambio seguimos confiando en Dios: “Abraham, esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones según le había sido dicho: Así será tu posteridad. No vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor – tenía unos cien años – y el seno de Sara, igualmente estéril” (Rom 4: 18-19).
“Por esta causa sufro, pero no me avergüenzo, porque sé a quién me he confiado, y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. Ya no os llamo siervos sino amigos” (2 Tim 1:12).
“Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide! “ (Mt 7:11).
“Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3:16).
Dios siempre está junto a nosotros. Y sabed: “El que me sigue no anda en tinieblas” (Jn 8:12). Así pues, no perdamos la esperanza. Como decía San Pablo: “Yo sé de quién me he fiado”.