Qué hermosos los meses en Belén después de encontrar a Simeón y Ana en el templo. Qué bonitos esos momentos familiares con Isabel y Zacarías, en nuestra casa. Cuando llegaron los magos, Jesús ya se sostenía sobre sus piernas, aunque de buena gana estaba en mis brazos. Especialmente frente a extraños. Me sorprendió ver a esos personajes extranjeros y cultos inclinándose como delante de un rey. Hubiera querido que José se quedara a mi lado, pero él estaba detrás, revisando la puerta, observando la situación desde lejos. Quería que se centraran en el niño y en mí.

Cuando Jesús se despertaba por la mañana, le cantaba, recordando su nacimiento, las palabras de Isaías: “Levántate, resplandece que llega tu luz, y la gloria del Señor amanece sobre ti. Mira que las tinieblas cubren la tierra, espesa niebla envuelve a los pueblos; pero sobre ti amanece el Señor, sobre ti aparece su gloria”. Después del encuentro con los Magos, en tiempos de paz, aprendí a agregar esas palabras del profeta: “Alza tus ojos y mira alrededor: todos ellos se congregan, vienen a ti. Tus Hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces, verás esto radiante de alegría, tu corazón se alegrará y se ensanchará, cuando se vuelquen sobre ti los tesoros del mar, y te traigan las riquezas de los pueblos. Te inundará una multitud de camellos y dromedarios procedentes de Madián y Efá. Vendrán todos los de Saba, cargados de oro e incienso y proclamando las alabanzas del Señor”.

Pero esa noche, después de su paso, fue agitada. Con José sentimos que el tiempo de paz en Belén estaba por terminar. Había sido un regalo inmenso, una oportunidad para descansar, para construir el día a día de nuestra familia lejos de los malentendidos y de las habladurías de Nazaret, aunque no faltaron ni siquiera en Belén. Un oasis de paz para los primeros meses de la vida de Jesús. Como enseña Qoelet: “Todo tiene su momento y hay un tiempo para cada cosa bajo el cielo. Hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado”. Y me preguntaba: ¿qué tiempo empezará ahora para nosotros?

“Un tiempo para llorar y un momento para reír, un tiempo para llevar luto y un tiempo para bailar”. Hablamos de ello con José aquella noche. A los dos nos costó conciliar el sueño. También recordamos aquella frase: “Y un tiempo para amar y un tiempo para odiar” y nos dijimos que Jesús había venido a completar esas palabras, a establecer el tiempo del amor para siempre, en buenos y malos momentos. Este pensamiento nos tranquilizó: habíamos encontrado la solución. Miramos a Jesús en su cuna. Dormía felizmente. Esto también nos dio esperanza, y pudimos quedarnos dormidos.