Comentario al V Domingo del Tiempo Ordinario
Isaías después de ver al Señor se siente perdido: “Soy un hombre de labios impuros”. Un serafín le toca la boca con una brasa: “ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”. Enseguida escucha la voz del Señor: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?”. Isaías se lanza con la libertad del amor: “Aquí estoy, envíame a mí”.
Pablo recuerda el kerygma recibido al principio de la Iglesia: “que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras y que fue sepultado y que resucitó al tercer día según las Escrituras y que se apareció a Cefas y luego a los Doce”. Después se apareció a quinientos hermanos, a Santiago, a todos los apóstoles. “Por último, como a un aborto, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios”. Sentirse pecador es una realidad profunda en él, pero se une a la conciencia del don de la gracia recibido: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia conmigo no fue inútil. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo”. No son palabras de vanidad, sino de verdad y gratitud. Fue pecador perdonado y, por tanto, apóstol.
Pedro ya conocía a Jesús. El cansancio y el fracaso de la noche de pesca sin resultado lo lleva con sus compañeros a ignorar a Jesús que habla a la multitud. Malhumorados, rehacen las redes. Jesús no le reprocha ni le dice nada. Se le acerca, sube en su barco y le quita de su aislamiento pidiéndole por favor que le ayude en su trabajo de predicar, apartándose un poco de la orilla. Para que la multitud le oiga mejor. Y así logra que el mismo Pedro se ponga a escucharle. Después de que Pedro se ha llenado el corazón de la palabra de Dios, le puede pedir que reme mar adentro. Y que echen de nuevo las redes. Pedro confía. Su pobreza se abre a la palabra de Dios que le invita, no se cierra como los nazarenos. Pero no cree del todo, sino a medias. Jesús le dijo: “Echad las redes”, en plural, y él responde “echaré” en singular, y deja los compañeros y la otra barca aparcados en la orilla. Piensa que no van a servir. Por esto, ante la cantidad de peces en las redes, su corazón se derrite en arrepentimiento: “Señor, apártate de mí, que soy un pecador”. Jesús no le reprocha, no le dice “te perdono”, no lo confirma ni lo niega, solo le dice: “No temas, de ahora en adelante, serás pescador de hombres”. Así trató Jesús el pecado de Pedro: “Por favor, ayúdame con tu barca; rema mar adentro; echad las redes; no temas; serás pescador de hombres”. No le prometió que dejaría de ser pecador. Sabe que incluso de los pecados futuros aprenderá a volver a Jesús y al origen de su vocación.