Comentario al VII Domingo del Tiempo Ordinario
David actuó de acuerdo con Dios y no mató a Saúl, por ser el ungido del Señor. Todo ser humano es como Saúl, consagrado al Señor. En el “sermón de la llanura”, corazón del Evangelio de Lucas, entramos en el corazón de Dios, con las palabras sublimes de Jesús, que revelan su el plan para nosotros: que seamos como Dios, no por el camino equivocado del primer Adán, sino siguiendo el camino de Jesús. Palabras que definen quién es el cristiano: hijo de Dios según el pensamiento del Padre. Después de haber pronunciado su “ay” dirigido a los ricos y a aquellos de quienes los hombres hablan bien, se dirige a los discípulos, que, en cambio, tendrán enemigos, serán odiados, maldecidos y maltratados. Jesús les propone reaccionar con el bien.
Lo explica en un crescendo: amar a los enemigos es una actitud profunda, pero no es suficiente. Se trata de demostrar ese amor haciendo el bien a quienes nos odian. Pero aún no basta: si estos usan la palabra y maldicen, entonces los discípulos responderán diciendo bien: bendiciendo. Si además llegan a maltratarlos física, social o moralmente, Jesús pide a los discípulos que respondan con una oración por ellos. Esto es lo que hará Jesús en la cruz y los mártires con él. Pero incluso aquí, continúa Jesús, no basta la oración sino también los gestos que curan el mal con el bien: poner la otra mejilla, no negarse a quedarse sin ropa, como Jesús en la cruz, porque se lo llevan todo. Dar sin pedir nada a cambio. No es un programa social, sino un camino de desprendimiento por amor. La regla de oro conocida “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti” Jesús la vuelve en positivo: haz con ellos lo que te gustaría que hicieran contigo.
Incluso los pecadores aman a los que les aman. Si le prestas a quien te puede devolver: ¿qué gracia recibes? Así en el griego: gracia. Hacer el bien de forma gratuita nos da gracia, belleza y alegría. Pero también hay una recompensa que Jesús promete: ser hijos del Altísimo. Es el nombre de Jesús según el ángel Gabriel. Entonces la recompensa es ser como Él. El centro de todo es: “Sed misericordiosos como vuestro Padre”, con sus entrañas maternales de misericordia. En el original, Jesús dice “llega a ser” misericordioso: es un camino. Jesús nos lo enseña. En la familia, en la Iglesia, en la sociedad: no juzgar, no condenar, perdonar, dar. De esta manera, no seremos juzgados, ni condenados, seremos perdonados y recibiremos como recompensa una medida colmada y rebosante. La medida sin medida del amor de Dios. Por tanto, ¿pensaremos que es una gracia tener enemigos en la puerta de al lado, o incluso en la misma casa, para amar, perdonar, hacer el bien, con la ayuda de Dios que no nos faltará?