Érase una vez una familia de granjeros que vivía en su granja a unos diez kilómetros de un pueblecito de Cáceres allá por los años cuarenta del siglo veinte. Los pobres granjeros llevaban años luchando contra una plaga de ratones que se comían el grano e incluso entraban a la cocina de la casa y robaban todo lo que podían.

Por esos días pasó por el pueblo un buhonero con su carro tirado por una mula vieja, delgada y cansina en el andar. Cuando nuestros granjeros supieron que el buhonero estaba en el pueblo, se acercaron a preguntarle:

  • Disculpe, Sr. Buhonero, ¿no tendría usted una trampa para cazar ratones? Es que tenemos una plaga de ratones en la granja y no hay modo de terminar con ellos.

El Sr. Buhonero buscó entre sus pertenencias y encontró lo que le habían pedido. Puso el cepo en una cajita de cartón y se lo entregó a nuestros granjeros a cambio de dos kilos de trigo.

Cuando los granjeros llegaron a su casa, se dispusieron a preparar la trampa, pero no se dieron cuenta de que un ratón había estado mirando por un agujero pequeño que había en la pared de la cocina. En su mente, nuestro amigo Ratón se imaginó un buen trozo de queso o cualquier otra comida apetitosa que sus señores acababan de comprar, pero cuando abrieron el paquete se quedó aterrorizado al descubrir que era una trampa para cazarle a él.

Tremendamente asustado, fue corriendo al patio de la granja para advertir al resto de los animales que allí vivían:

  • “¡Hay una ratonera en la casa, una ratonera en la casa! ¡Los amos han comprado una ratonera!”.

La Gallina, que estaba cacareando y empollando, levantó la cabeza y dijo:

  • “Discúlpeme Sr. Ratón, yo entiendo que es un gran problema para usted, mas no me perjudica en nada. Por favor, no me incomode, que estoy muy ocupada empollando los huevos. Lo siento, Sr. Ratón, pero no es mi problema”.

Y la Gallina se dio media vuelta y siguió con su paciente tarea.

En eso que el ratón vio al Cordero y se sintió en la obligación de avisarle:

  • “¡Hay una ratonera en la casa, una ratonera!”

Y el Cordero le respondió al ratón:

  • “Discúlpeme Sr. Ratón, mas no hay nada que yo pueda hacer; solamente le aconsejo que tenga cuidado, y, si algo pasase, pediré por usted. Pero de momento, no parece ser mi problema”.

Nuestro pobre Ratón, más intranquilo y nervioso que antes, pues a nadie le interesaba su problema, se dirigió entonces a la Vaca y le comunicó lo que estaba pasando.

Y la Vaca le respondió:

  • “¿Pero acaso estoy yo en peligro? Pienso que no”.

Entonces el Ratón volvió a la casa preocupado y abatido, pues a nadie le interesaba su problema, y, mucho menos, prestarle ayuda alguna.

Aquella noche, mientras los granjeros estaban sentados a la puerta de la casa tomando el fresco, de repente, se oyó un ¡¡clack!! en la cocina. La ratonera se había disparado.  La mujer del granjero corrió para ver lo que había atrapado. En la oscuridad, no vio que la ratonera había atrapado la cola de una serpiente venenosa. Cuando la serpiente vio a la mujer con una escoba en alto, se sintió amenazada y con un rápido movimiento mordió a la mujer en una pierna. El granjero, que oyó el grito de su mujer, fue rápidamente a la cocina, mató a la serpiente y le hizo los primeros auxilios a su mujer. Viendo que la cosa era seria, cogió el caballo y se fue cabalgando al pueblo en busca del médico. Cuando el médico llegó a la casa era casi la media noche. La mujer estaba tendida en la cama con abundante fiebre. El médico le puso un calmante para el dolor, le puso un paño con vinagre en la frente y le dio una aspirina para la fiebre. Una vez que hubo salido de la habitación donde estaba recostada la mujer, le dijo al marido:

  • “El problema es serio. Su mujer tiene una mordedura en la pierna y el efecto del veneno ya ha pasado a la sangre. Desgraciadamente no tengo el antídoto para ese veneno y el hospital más cercano está a casi doscientos kilómetros, por lo que no nos queda más que curar la herida varias veces al día, darle aspirina para la fiebre y rezar”.

A la mañana siguiente el marido, profundamente triste y nervioso, despertó a la mujer que estaba con una fiebre bastante elevada y le preguntó:

  • ¿Qué quieres que te prepare para desayunar?

Y la mujer respondió:

  • No tengo hambre. Lo único que me apetece es un caldito de Gallina.

Así que el granjero cogió un cuchillo y se fue a matar a la Gallina para preparar un caldo.

Como el estado de salud de la mujer empeoraba y el suceso se había extendido a las granjas vecinas, los amigos y vecinos fueron a visitarla. En agradecimiento por su visita, no le quedó al granjero otra solución que invitarlos a comer y para ello tuvo que matar al Cordero.

Al final, la mujer acabó muriendo. El granjero, que no tenía dinero para pagar el funeral, no tuvo más remedio que llevar la Vaca al matadero para cubrir los gastos del funeral.

La historia acaba con nuestro Sr. Ratón vivito y coleando y aquellos a quienes el Ratón había pedido ayuda, todos muertos.

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¡Cuántas veces también nosotros adoptamos una actitud parecida! Con qué facilidad nos lavamos las manos ante los problemas de los demás. ¿Os imagináis que Cristo hubiera hecho eso con nosotros? El amor es lo que nos da fuerzas para interesarnos por los demás, ayudarles, rezar… Ya nos lo dijo San Pablo: “Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran” (Rom 12:15).

Así pues, la próxima vez que escuches que alguien tiene un problema y creas que, como no es tuyo, no le has de prestar atención, ¡piénsalo dos veces!